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Por razones de trabajo acabo de ver bastantes cortos de Georges Méliès (se recuperaron 230 de los 520 que rodó entre 1896 y 1912), el excelente documental 'El viaje extraordinario' (2011), de Eric Lange y Serge Bromberg, y 'La invención de Hugo' (2011), de Scorsese, ... película demasiado amable pero con buenos momentos alrededor de un Méliès viejo y en decadencia interpretado con su solvencia habitual por Ben Kingsley. En 1925, tras la quiebra de su estudio y abandonar el cine, Méliès y Jehanne d'Alcy, su mujer, regentaron una juguetería situada dentro de la estación de Montmartre. Para Georges, que en el apogeo de su carrera había dispuesto de los más fantásticos y aparatosos decorados, ocuparse de aquellos sencillos mecanismos de hojalata tuvo que ser como la sustitución de un gran vergel por unos tiestos con geranios. O quizá no y su fértil imaginación sabía disfrutar con lo que hubiera.
Méliès, deslumbrado por el incipiente invento, consiguió una cámara y realizó sus primeras películas en el teatro Robert Houdin, de su propiedad. Era un ilusionista y aplicó a sus números filmados trucos de cámara para convertirlos en magia. Descubrió que la parada de cámara conseguía el efecto de aparición o desaparición de personajes y objetos movidos en el intervalo hasta el nuevo golpe de manivela. Y que con la exposición doble podía yuxtaponer imágenes distintas en un mismo fotograma. Pronto, complicó sus producciones y creó un exuberante mundo de imágenes oníricas y acciones fantásticas con la cámara colocada en un encuadre teatral. En contraposición al cine de los hermanos Lumière, que se dedicaron a mostrar con cuidados planos la realidad del mundo. En 1902 realizó 'El viaje a la Luna', considerada su obra maestra. Una imagen icónica de la historia del cine es la de esa Luna con rostro humano que recibe en un ojo el obús de cañón que sirve de nave espacial. Pero el mundo cambiaba. Cuando estrenó a 'La conquista del Polo' en 1912, una ingenua fantasía llena de encanto, las cámaras de noticiarios habían registrado un año antes la llegada de Amundsen al Polo Sur. El cine de Méliès dejó de interesar al público. Desengañado, se retiró y en un acto de suicidio artístico quemó sus películas.
A partir de 1925 su obra fue reivindicada, sobre todo por los surrealistas que lo vieron como un precursor. Se recuperaron muchas de sus películas y en 1931 recibió la Legión de Honor por toda su carrera. El cine del mago Méliès ha superado la condena del tiempo y sus fascinantes imágenes nos recuerdan que fue el inventor del cine como espectáculo de ficción liberado de la realidad.
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