Le pregunta Susanita a Mafalda: «¿Cómo será el año que viene?». «¡Muy valiente, porque como anda la cosa animarse a venir...!», contesta Mafalda. Pues ya está, ya ha venido. Con un par. Ahora, que para valientes, nosotros. Después de la temporada que llevamos, henos aquí ... de nuevo, dispuestos a partirnos la cara con los días que vendrán, a hacer frente a lo que nos toque, a conquistar el salvaje Oeste palmo a palmo. Tanto arrojo tenemos (o tan locos estamos) que, aun sabiendo que tendremos que atravesar desiertos y desfiladeros, que nos quedaremos sin agua, que atacarán nuestra caravana y que es posible que el séptimo de caballería no llegue a tiempo para salvarnos, nos echamos al camino casi con lo puesto. Será la inercia de vivir. Digo yo.

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Dos días llevamos a cuestas. Todavía no pesan, pero ya lo harán. Dejado atrás el almíbar de la Navidad, hemos salido a la aventura un tanto resacosos, con un par de kilos de más e indigestados por los polvorones, la cursilería y los mensajes navideños, que hasta has recibido una felicitación de un tipo al que le compraste un cuchillo eléctrico en Wallapop; educado que es, el tío, y cargante, que también. Y allá que vamos, de regreso al curro y al yogur, que mucho salmón ahumado y mucho foie y mucho jamón y mucho cava pero no hay en la nevera ni un solo bífidus activo que echarle al cuerpo. Guardamos los manteles de hilo y sacamos los de cuadros para volver a una normalidad gris que solo se diferencia de la anterior en un dígito. Por eso la viñeta de Quino es atemporal, aplicable a cualquier año pasado, presente o futuro: todos los años son buenos, todos los años son malos. Lo importante es que no sean malos siempre para los mismos.

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