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No sé si se habrán enterado ustedes; tampoco sé si la noticia va a cambiar el futuro de Europa. Resulta que un niño alemán de nueve años llamó a la Policía el día de Navidad para denunciar a Papá Noel porque los regalos depositados cabe ... el árbol no coincidían con los que él había pedido, y armó la de Dios, que debe de ser bastante grande y complicada. Si los papás reaccionan volviendo al comercio y cambiando esos regalos por otros, se corre el peligro de que el casi mancebito haya pedido un mazo automático que golpee sabiamente las testas de todos los poderosos del mundo y consiga detener el cambio climático. No estaría mal, mas esos no son métodos, jolín.
Por otra parte, en el caso de que los progenitores se nieguen a descambiar los obsequios, pueden producir en el infante un trauma tal que esté durante años ansiando la mayoría de edad para poder enrolarse en alguna de esas guerras tan desconocidas que recorren África por medio de las manadas de ñus, deseando haber sido uno de esos niños dotados de calasnicov al poco rato de haber sido destetados, a la manera de los supertitanes de los juegos informáticos del mocete alemán.
Hizo bien la Policía al haber acudido a apaciguar a la fierecilla enfurecida porque, de lo contrario, de esa irritación infantil podría haberse derivado el desprestigio total de ese mito navideño norteamericano, tan popular en el resto de sus colonias, entre las cuales se hallan asimismo Cataluña, País Vasco y León (la propaganda se impone a todo lo demás, ¿a que sí?). Y, desde luego, si cae Papá Noel y se enteran los amiguitos del chaval germano, entre los cuales pueden encontrarse chicos de variadas culturas, se nos derrumba el tenderete navideño de agasajos que trabajosamente hemos montado durante tanto siglo, y, entonces sí, los superhéroes serían los papás, que no nos traen los regalos que deseamos.
Este jueves pasado comentaba un servidor esta noticia con un buen amigo de Torrecilla en Cameros mientras nos dirigíamos a casa con las bolsas de la compra. Él nació durante la Guerra Incivil y me contaba cómo se les iban los ojos tras cualquier trozo de pan, acerca del cual me recitaba esta cantinela: «Pan de Dios, / pan de Cristo, / hace ocho días / que no te he visto, / y, ahora que te veo, / ¡buen bocao te arreo!». Un claro precedente del rap. A la vez que mirábamos la muy tupida niebla del valle del Ebro, me narró que en una ocasión, al ver un perrillo que llevaba un bollo entero de pan en la boca, lo siguió, lo pilló, limpió de alguna baba el panecillo en el jersey y, en tres trozos, lo comió con dos amigos de la escuela. Rap de la necesidad, a la cual antes denominaban hambre.
No sé si este año vendrán con bien, es decir, llegarán exactamente orientados a todos los hogares riojanos los regalos de los Reyes Magos, lo digo por las nieblas con las que se han encontrado por aquí. Yo, por si acaso, he puesto en mi chamizo una grabación de la Aurora de los Reyes Magos por los auroros de Viana, cuya melodía y texto son anteriores a 1850. Ellos, como tienen tantos años, seguro que la reconocerán. Además, por si acaso, he añadido en la puerta una cerámica con la adoración de los Reyes que compré en noviembre del 2015, en «La Casa de los Botijos», plaza Redonda, Valencia, autor Llopis Reyna. Y, si no me echan lo que les he pedido como al chiquillo alemán, no me importa: conmigo siempre han acertado.
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