La cumbre entre delegaciones ministeriales norteamericanas y chinas en Anchorage (Alaska) ha marcado distancias entre ambos países. El arranque de la reunión fue abrupto, ya que el jefe de la diplomacia estadounidense, Antony Blinken, mostró su «profunda preocupación por las acciones de China en Xinjiang, ... Hong Kong, Taiwán, los ciberataques a EE UU o la coerción económica a nuestros aliados». Las acciones de China «amenazan» el orden mundial, según Blinken. Fuera del foco de los medios, la reunión continuó en términos más constructivos, de evidente tanteo, y ambas partes se acusaron luego mutuamente de postureo para contentar a sus respectivas audiencias. De momento, Biden ha mantenido sin cambios los aranceles de Trump y ha aprobado nuevas sanciones contra funcionarios chinos por la represión en Hong Kong. Ben Rhodes, exasesor de Obama, advierte que Rusia y China «se han acostumbrado a que EE UU esté ausente de la defensa del orden internacional y no hable de temas como los derechos humanos y la democracia». Pero Biden, demócrata, sí está dispuesto a mantener una diplomacia de valores, más intervencionista que la de su predecesor. El espectáculo acaba de comenzar.
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