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A estas alturas de arresto domiciliario general podemos distinguir varios tipos antropológicos de español confinado en colmena urbana, a saber:
El encantado. Sí, los hay, no tanto por tener que quedarse él en casa (no le importa mucho porque sale poco, que salir es gastar) ... como porque se quedan los demás. Ejemplos: vecinos hartos del tráfico diurno y del bullicio nocturno y abuelos blindados una temporadita frente a los nietos.
El convencido. Ciudadano ejemplar que lleva la reclusión a rajatabla porque «mejor confinados que con finados». Obedece todas las instrucciones, sale una vez por semana a comprar lo imprescindible y se entrega con entusiasmo al ritual aplaudidor con un calambrillo de emoción recorriéndole el espinazo.
El resignado. Asume la medida pero cree que se están pasando. No entiende que su señora y él puedan dormir en la misma cama pero no ir juntos al súper, con lo que pesan las bolsas, ni que dejen pasear al perro pero no al niño o al abuelo. Critica pero acata las decisiones políticas de la crisis y opina que a los sanitarios menos saraos balconeros y más protección y medios.
El acojonado. No saldría ni de la cama, no se quita la mascarilla ni para comer y trae mártir a la familia con el termómetro, el metro y medio y el acopio de cosas de comer y papel para descomer. Al exterior ni se asoma, porque ha oído que te pueden llover los virus que sueltan los de arriba cuando aplauden, cantan o vocean con los de enfrente.
El listillo. Aparenta respetar el aislamiento pero conoce bien los motivos que permiten abandonarlo y se las apaña para darse varios garbeos diarios, si no es a la farmacia (hasta tres visitas) al quiosco o al colmado, exhibiendo bajo el sobaco la barra de pan como el salvoconducto que le permite orearse libremente un rato.
El insumiso. Clásico marginado insolidario al que le importa un bledo el prójimo y no admite que le prohíban echarse a la calle cuando le salga del reviruelo. Como carece de la picaresca del listillo, si le para la poli en lugar de inventarse una excusa encima se pone chulo y replica que él va donde le da la gana. Suele tener el mono de algo.
El inquisidor. Tipo mala leche que se aposta en la ventana de su celda para vigilar y cuando avista viandantes los increpa de malas maneras sin saber si está justificado. Como el del 5º B pasea al perro varias veces y encima no aplaude lo ha denunciado en un pasquín anónimo que ha fijado en el ascensor. No ha mutado a borde por la epidemia: ya lo era antes.
El malvado. Entretiene su encierro excretando bulos perniciosos por las redes fecales o ciberdelinquiendo con programas o mensajes maliciosos destinados a robar información o estafar a los usuarios. Mal virus lo infecte. Informático, claro.
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