Condenados a entendernos
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«La religión no está para dividir, sino para ayudarnos a caminar juntos», decía días atrás nuestro nuevo obispo, Santos MontoyaDías atrás nuestro flamante y nuevo obispo diocesano, Santos Montoya, en una entrevista concedida a este diario, manifestaba su convicción de que «la religión no está para dividir, sino para ayudarnos a caminar juntos». Y continuaba: «No estamos aquí para decir 'estos son de los ... nuestros y estos otros no'. Estamos para anunciar un mensaje que es bueno para todos. También para los no creyentes».
Qué cierto es que el entenderse, el respeto al otro, no es tarea fácil. Ya desde el inicio mismo de la humanidad –entre los hijos de la primera pareja– las cosas no pudieron terminar peor. Caín llevó sus desavenencias con su hermano Abel nada más y nada menos que al primer asesinato (fratricidio lo llamaríamos hoy) de la historia. Luego vino lo de la torre de Babel que representó la confusión, el caos en el entenderse. Y así, más o menos, hemos seguido hasta hoy.
Vaya como primera muestra el botón de la pandemia. Vacuna sí, vacuna no. Restricciones sí, restricciones no. Estamos ya en el pico de la ola, estamos lejos del pico de la ola. Y todo esto –estas contradicciones– a propósito de algo vital, vitalísimo, para la pervivencia de la humanidad. Y toda esta falta de empatía nos la están ofreciendo los considerados expertos, inmunólogos, virólogos, jefazos de la OMS y, lo que más pane da, también los mindundis ignorantes, metepatas, sabelotodos, de muchos comunicadores de la televisión. Aquí igual opina del COVID-19 el ministro de Sanidad que el último Goya de nuestro cine. Vale todo.
El hecho cierto es que así no hay manera de entenderse. Con el agravante de la falta de escucha. Hoy la comunicación básicamente se basa en la tertulia. Nadie va a una conferencia donde un experto de verdad, de esos que se ha quemado las pestañas estudiando, comprobando, experimentado y analizando consecuencias porque asistir a un evento así es, para la mayoría, muy pesado, muy tedioso y muy aburrido. Es más entretenido escuchar lo que hace o deja de hacer el tenista Djokovic o lo que dice Risto Mejide, aunque no tengan ni repajolera idea del asunto.
Si en lo que hace a la salud las cosas están como están, en otros ámbitos no menos importantes soplan vientos parecidos. Sobre el paro, la economía, las pensiones, no hay manera de llegar al mínimo acuerdo entre los partidos políticos, todos los partidos políticos, que no se escuchan entre sí para nada, mantienen un diálogo auténticamente de sordos, y así no hay manera. Y lo mismo habría que trasladar a asuntos todavía más vitales, como la vida, la muerte, los hijos, los mayores, el matrimonio, los derechos de la mujer iguales a los de los hombres, las ideologías, las situaciones de absoluta marginalidad como los pobres, los inmigrantes, los refugiados, los perseguidos por motivos políticos y religiosos.
Y hablando de motivos religiosos es tremendo contemplar lo horroroso que ha resultado el devenir de las confrontaciones entre los mismos cristianos. No digo ya entre cristianos y musulmanes o judíos. ¡No! Entre los mismos cristianos. Entre los católicos y los no católicos. Es cierto al día de hoy, y aquí en España y en La Rioja que es lo que de cerca me pilla a mí, nos llevamos bastante bien los católicos con los protestantes y con los ortodoxos. O no nos llevamos nada. Yo recuerdo haber mantenido alguna reunión con algunos representantes en el Ateneo hace ya un tiempo y aunque la cosa no era para tirar cohetes sí que salió bastante bien.
A lo largo de esta semana, y desde el pasado día 18, la Iglesia católica en unión con otras confesiones cristianas va dando pasos en orden a la unidad. Los últimos papas, empezando por Juan XXIII, mantuvieron relaciones hasta hace poco imposibles con los principales mandatarios. Últimamente el Papa Francisco protagonizó un gran gesto ecuménico en su viaje a Armenia. Karekin II, patriarca de los armenios, lo recibió y hospedó en su casa en los tres días que duró su estancia. Visitaron el monumento memorial del genocidio armenio (el Gran Mal perpetrado en 1915 por el Imperio Otomano) en una etapa de las más comentadas y significativas por su alto simbolismo. Francisco escribió en el libro de visitantes: «Que Dios conceda al amado pueblo armenio y al mundo entero paz y consolación. Que Dios custodie la memoria del pueblo armenio. La memoria no puede ser aguada ni olvidada: la memoria es fuente de paz y de futuro».
¿Qué nos corresponde a nosotros, a los católicos de a pie? Pues algo bien sencillo a la par que importante. Respetar y pedir respeto. Comprender para ser comprendido. Y rezar. Rezar para que Dios, Luz de las gentes, nos ilumine a todos en el camino de la Verdad y la Unidad. Una Verdad que nos hará libres.
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