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Mi primo Pepe tuvo uno de los trastornos psicológicos más raros que conozco: adicción al fútbol. Empezó de muy pequeño, el niño parecía que no era capaz de mostrar atención a nada que no fueran alineaciones, resultados y saques de banda. Por supuesto los estudios ... iban mal, los amigos se cansaban y las chicas huían, pero Pepe no lo notaba agobiado como estaba por el tremendo fichaje que su equipo anunciaba que estaba negociando en secreto.
A Pepe le buscaron un trabajo sencillo para que pudiera dejar los inservibles y caros estudios y, al menos, tuviera que ocupar la cabeza en otras cosas que no fueran piernas de ídolos. De poco sirvió. Cuando el domingo su equipo perdía, Pepe se quedaba en la cama al día siguiente incapaz, honestamente, de superar la depresión que los insuficientes aciertos en el hueco de la portería le habían provocado. Y, cuando iba a trabajar, escondía bajo facturas y nóminas por pagar los diarios deportivos para exprimirlos cuando el jefe no miraba.
Pepe se dejaba el sueldo entero en echar quinielas que compensaran las pérdidas de las anteriores quinielas. Un día demasiados balones no quisieron entrar y Pepe empezó a desviar dinero de las nóminas para poder apostar más para ver si así la deuda dejaba de crecer; si no pasaba eso, las cantidades despistadas empezaban a ser cada vez más. Un día le pillaron y Pepe fue despedido. En su cabeza solo hubo una sensación de liberación, aquello de trabajar le quitaba demasiado tiempo de pensar en lo que realmente importa.
Con 19 años, Pepe fue al psicólogo por primera vez empujado por sus padres. El médico necesitó apenas tres sesiones para diagnosticar que Pepe sufría un trastorno en un informe lleno de términos como «compulsivo», «asocial», «obsesivo» y «adicción». Pepe fue ingresado en un centro psiquiátrico donde pasó un mes entre sudores e intentos de agresión a los demás y a sí mismo.
Hoy Pepe tiene 55 años. Tras años de terapia encontró una novia que luego fue mujer y con la que tiene dos hijos. Viven en una casa sin radio ni televisión. Aún en la actualidad, si entran a un bar que tiene puesto el fútbol tienen que salir de él y buscar otro sin televisión. Pepe es feliz aunque se sigue teniendo que cruzar de acera si divisa el cartel de una casa de apuestas y pedirle al peluquero que no le comente aquella jugada mortal de Messi. Es feliz aunque no pueda tener redes sociales por miedo a cruzarse con un vídeo de un entrenador comentando un derbi, porque, Pepe, como un alcohólico, será adicto al fútbol toda su vida.
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