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Conciliar. He ahí la dificultad. Queremos formarnos, trabajar, cuidar de la familia y a ser posible, también de nosotras mismas. Pero una cosa es lo que se quiere y otra muy distinta es llegar a ello. Y en esa lucha que emprendimos las familias para ... llegar a la puerta del colegio casi al mismo tiempo que cierras la del trabajo surgió la conciliación. Una idea que en el práctica se traduce en reducciones de jornada, en la mayoría de los casos para la mujer; la renuncia al desarrollo de la carrera profesional, también aquí con predominio de mujeres; el pago de extraescolares o la siempre socorrida ayuda de los abuelos. ¡Y que no nos falten! Porque si la maternidad es de por si una 'aventura', combinada con la jornada laboral se convierte en un travesía por el desierto y, algunos días, hasta sin agua.
No es fácil llegar a todo. Quizá por eso mi bolso le da mil vueltas a ese baúl que hizo famoso la Piquer. No sé muy bien cómo lo he conseguido, pero allí está todo lo imprescindible para poder ir a cubrir una rueda de prensa y a continuación dar de merendar, limpiar una macha o curar una herida a la criatura. Todo está bien pensado, salvo el día que te dejas el bolso en casa y se acaba el plan. Aunque, verdaderamente, para conciliar hace falta también corresponsabilidad. Repartir tareas, repartir cargas, repartir responsabilidades... Que el peso del cuidado del hogar y de la familia no recaiga en los mismos hombros. Sólo así la conciliación laboral dejará de ser una opción sólo para las mujeres y podrá ser una opción planteada para los dos miembros de la pareja.
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