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No creo que conozca a ningún mortal que no firme de inmediato gozar de dos meses de vacaciones en verano. Contar con semejante asueto, de esparcimiento tanto individual como familiar, es un sueño solo alcanzable por un puñado de privilegiados, los profesores y maestros. ¡Ah! ... y también los niños en edad escolar. Y ahí está el problema.
Mucho se habla de la conciliación familiar, se debate, se comenta, se analiza... pero nadie pone voluntad real ni medios para que sea efectiva. Y no son las empresas las que tienen que arrimar el hombro; al menos, no tienen la responsabilidad principal. No. Se trata de un asunto complejo, multidisciplinar que se dice ahora, pero que se resume fácil: o tienes pasta y puedes 'colocar' a los niños (léase guarderías de verano, ludotecas públicas y privadas, campamentos, cursos en el extranjero) o tienes abuelos/amigos/hermanos a los que convertir en canguros durante el verano. Pero, ¿y si no? Pues alguno de los padres (¿adivinan quién?) se ve obligado a dejar el trabajo para encargarse de los niños. Y esto sucede en gran medida porque el acceso de la mujer (digo mujer, no madre) al mercado laboral es una de las grandes trampas de nuestra época porque es una quimera triunfar en el trabajo y dedicar el tiempo necesario que reclaman los hijos.
Poco remedio tiene la cosa mientras no se produzca un radical cambio de paradigma, en el que no se penalice a las trabajadoras por ser madres, en el que no se quede en el limbo la queja de que hace falta incrementar la natalidad sin estimar una sola medida plausible o en el que toda la sociedad contribuya tanto en lo material como en lo moral al sostenimiento de sus miembros. Sin excusas.
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