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A veces pienso que en cualquier momento veremos en TVE aparecer un remedo de Arias Salgado, con cara de felicidad, diciéndonos: «Españoles... Franco ha resucitado». ... Y ese sueño me asalta a consecuencia de, no sé cómo expresarlo, un ¿complejo de inferioridad? que lleva enquistado entre nosotros y que empapa, aparentemente también, a la justicia. No soy capaz de colegir otro origen para la situación actual que el de un país que vive acomplejado por su peor pasado, y al que se le indigesta, sin dignidad, la asunción de sus propios y legítimos derechos democráticos.
Me parece un despropósito que a unos individuos como Puigdemont y sus mariachis, Comín y Ponsatí, se les permita presentarse a las elecciones al Parlamento Europeo. Como lo ha sido que los Junqueras y adláteres hayan podido hacer mítines electorales desde la cárcel, y tras ser elegidos, ahora vayan a poder tomar posesión de sus actas de diputados o senadores (y creo que hasta cobrar un sueldo público por dichos cargos políticos). No lo entiendo. Y por más que se exhiba cualquier razonamiento legal, sigue sin parecerme posible tal atropello hacia los que no formamos parte de la grey política y respetamos la Ley. Y que sin embargo nos la jugamos cada día, porque cualquier pifia, por pequeña que sea, nos acarrearía una sanción o una condena, y por descontado un descrédito personal y social, que no nos permitiría levantar cabeza en toda la vida. Sin embargo estos pájaros fugados de la justicia, con un tren de vida en Waterloo de padre y muy señor mío (a nuestra costa), resulta que pueden pasearse por casi todos los países, cachondearse de toda España, vivir como unos pachás, y además ser ahora candidatos al parlamento europeo e incluso salir elegidos. ¿Me lo puede explicar alguien?
Ya digo que no sé si es ese complejo que aun después de cuarenta y cuatro años de la muerte del dictador -con el avivamiento del cadáver o su fantasma que tan hábilmente maneja la izquierda- ha propiciado un concepto muy acomplejado sobre nuestra propia democracia, tan plena y válida como la mejor de Europa. Y por ello resulta que tenemos que ser más papistas que el Papa, cogérnosla con papel de fumar, y dictar resoluciones que tildan de garantistas, pero cuyo verdadero resultado, al menos moralmente, es el de propiciar un desorden interpretativo sobre dónde está la frontera del cumplimiento del orden social y legal. Y que nos deja indefensos ante cualquier posibilidad de saber cuál es el límite para que, siendo un delincuente, te traten con privilegios. Límite asimismo para que algunos se vayan de rositas sacudiéndose el polvo del camino, que por lo visto no sólo mancha las togas, sino por extensión, a todos los ciudadanos que contemplamos, asombrados, tal cúmulo de absurdos legales por mor de una democracia temerosa de sí misma.
Tras el estrepitoso fracaso del CNI, que permitió la huida de este atracador político y sus secuaces, y tras la más que dudosa actitud de ese país fallido que es Bélgica, nos sentimos aliviados con su detención en Alemania. Pero ¡Ay¡ amigo, nos dieron morcilla, y un tribunal de tres al cuarto se ciscó en todo un Tribunal Supremo y en todo un país como España, entre tanto nuestros socios europeos nos miraban de soslayo.
¿Y ahora cómo digerimos estos permisos legales para ser candidatos a unas elecciones, de todos estos «presuntos» golpistas, o incluso cobrar el sueldo de diputados o senadores?
Ante la disyuntiva que nos plantea esta confusa situación, que sólo los más forofos de la militancia política verán como una lección de democracia plena, permítanme que yo ponga en duda tanta melindrosa decisión. No creo ser el único.
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