Un año negro, 2021, que empezó en blanco con las nevadas de Filomena en enero, una ola de frío que colapsó la mitad norte peninsular y paralizó las comunicaciones.
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También es un año sin blanca. Las economías domésticas sobreviven como pueden, mientras la macro empieza ... un poquito a repuntar. Eso sí. No nos hagamos trampas al solitario: todos los indicadores, cotejados con los de 2020, evolucionan de forma asombrosa. A la velocidad de dos dígitos. Sin embargo, realizar esta comparación tiene un recorrido tan corto como inútil. El año pasado fue tan desastroso, el peor desde de la Guerra Civil, que lo honesto es mirar qué ocurría en 2019, último ejercicio previo al estallido de la crisis sanitaria, social y económica provocada por la pandemia del coronavirus. Porque esa es la fotografía fidedigna de cómo se comportan los parámetros y de si, en efecto, empezamos a despertar de la pesadilla.
Y lo estamos haciendo, pero queda una árida montaña que escalar para volver al punto de partida y restablecer el equilibrio económico: todavía hay 1.400 parados más que en febrero de 2020; otros tantos trabajadores siguen atrapados en un ERTE; falta medio millar largo de cotizantes a la Seguridad Social; si se cumplen las previsiones, casi infalibles de BBVA Research, la economía riojana será la que menos crezca por autonomías este año, y la inflación ha acelerado hasta tal punto que ya está por encima del 3% poniendo en peligro el poder adquisitivo de los salarios.
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