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Se acabó amiguitos. Hoy quemamos la cuba. Terminan las fiestas, otro año más asimiladas a una vasta paleta de color, más bien de imposibles colorines, a la vista de los pañuelos anudados en los pescuezos.
No hay manera. Debatimos sobre cuántos días deben durar las ... fiestas y cómo acabar con tanto movimiento surrealista de calendario. También porfiamos vehemente sobre la oferta musical, criticamos su mediocridad, y nos enfadamos por el vacío, la nada más absoluta de los barrios, esa periferia castigada sin un triste acto festivo. Pero nunca, nunca, hay que ver, negociamos y acordamos el color oficial y definitivo del pañuelo de fiestas.
Dejemos fuera de la discusión las pañoletas de las peñas, de los clubes deportivos y del resto de asociaciones culturales, gastronómicas y taurinas. Pero identifiquemos por una vez cuál ha de ser la tonalidad santo y seña genuina de la fiesta de la vendimia. ¿No es la participación la máxima de la nueva era política? Pues venga, sondeemos a las asociaciones de vecinos y demás movimientos sociales metidos en la pomada de la ciudad y elijamos entre el granate Rioja o el azul pavonado, sin escudo o con escudo de la capital y, si esta segunda opción se impone, si ha de ser bordado o vale con que vaya termoadherido.
Votemos para poder elegir, como lo hacen las democracias avanzadas: lo que diga la mayoría. Y sin volvernos locos: que sea simple y sin segunda vuelta... Sin posibilidad de retorno a estos desquiciados sanmateos tecnicolores.
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