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Gustavo Petro, el primer presidente de izquierdas en la historia de Colombia, ha tomado posesión en medio de un ambiente festivo de un país profundamente dividido, con enormes desigualdades sociales y un mayúsculo nivel de pobreza que constituyen una potencial bomba de relojería cuya desactivación ... es prioritaria. Las altas expectativas suscitadas entre los más desfavorecidos suponen un arma de doble filo para el nuevo mandatario que, sin mayoría en el Congreso, habrá de buscar amplios acuerdos para ejecutar las ambiciosas reformas que le han llevado al poder con la promesa de un cambio político radical: desde la agraria y la fiscal a la sanitaria, judicial o de las pensiones, sin olvidar la lucha contra una corrupción endémica o la violencia. Petro, exguerrillero y exalcalde de Bogotá, ha modulado su discurso populista y colocado en puestos clave a gestores moderados. Aún así, no tendrá fácil compatibilizar el cumplimiento de su programa y la restauración de la unidad en una sociedad fracturada, con un fuerte desapego hacia la clase política tradicional y que ha puesto en sus manos el desafío de abrir una era de avance hacia la igualdad y el progreso.
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