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El mundo está envuelto en una oleada de protestas desde Chile, Bolivia, Ecuador, Venezuela, el Líbano, Irak, Egipto, Algeria, Sudan, Guinea, Haití, Hong-Kong o Francia hasta España. Sin haber finalizado, el año 2019 será recordado como el de la aceleración o multiplicación de la ... manifestación de la cólera de los ciudadanos debida a conflictos sociales y políticos en torno a factores económicos y políticos. En unos contextos, la cólera frente a las consecuencias del liberalismo salvaje hace estallar la denuncia; por ejemplo, el crecimiento de la desigualdad tradicional entre ricos y pobres extendida ahora entre la clase media y la muy adinerada; o la descarada corrupción de la clase política y elitista. En otros contextos, la falta de confianza en los dirigentes políticos y su cuestionada eficacia en la toma de decisiones ante problemas de interés común levanta el clamor para la renovación política especialmente entre manifestantes jóvenes. Es como si el mundo, en lugar de regirse por los principios de la razón que abogara Kant, se decantara impulsado por las emociones más primarias, manejadas desde y por intereses específicos.
Por otra parte, la sordidez de la que es capaz el ser humano se pone al descubierto con evidencias como el comercio de órganos para trasplantes y el tráfico de seres humanos vinculado a la inmigración ilegal de personas en busca de una vida mejor. El primero es un velo sórdido y somordo que actúa en el mercado de la oferta y demanda de órganos del cuerpo humano al que algunos hospitales y clínicas lujosos recurren para los trasplantes a sus ricos pacientes; lamentablemente, los órganos no siempre provienen de donantes voluntarios, sino de personas de los estratos más desfavorecidos, particularmente inmigrantes, presa fácil para redes más o menos mafiosas de contrabandistas y médicos corruptos. Es el mercado negro (se estima en torno a un 10%) de los trasplantes, cuya demanda crece, envuelto bajo un manto sórdido en el que el comercio de órganos prospera a pesar de la vigilancia de organizaciones internacionales especialmente en países en guerra o con regímenes oscurantistas, y en zonas de turismo médico. La constante siempre es la misma: los más ricos son los beneficiarios, las víctimas son los más desfavorecidos, personas para quienes la extracción de un pulmón o un riñón supone un medio desesperado de supervivencia.
Destila también sordidez macabra la reciente noticia de los 39 cuerpos sin vida de ciudadanos chinos y vietnamitas, descubiertos dentro del camión que esperaban fuera el salvoconducto para conseguir una vida mejor tras pagar por ello a una red desalmada. No es una tragedia aislada, los 58 cadáveres de ciudadanos chinos hallados en una situación similar en el año 2000, o los más de 60 en 2015 son otras evidencias de la inhumana práctica. Todas son el reflejo de lo éticamente inadmisible, no hay palabras sino hechos contundentes para frenarlas.
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