Ciento treinta y seis. Ese es el número de mujeres que separa el Congreso de los Diputados de 1979 del que tenemos en 2023: de ... 18 mujeres representantes a 154. Esta cifra muestra el arduo camino hacia una democracia más inclusiva que hemos recorrido como sociedad, y es sin lugar a duda un triunfo para el pueblo español. Sin embargo, no podemos permitirnos caer en la complacencia. A pesar de estos avances, las mujeres continúan enfrentándose a un sinfín de obstáculos que dificultan su participación plena y en igualdad de condiciones. Desde las barreras para acceder al espacio político, hasta las sutiles y no tan sutiles formas de discriminación, la lucha por la igualdad de género en la política sigue siendo un trabajo pendiente.
Ahora, añadamos una traba más: la de ser joven. Mujer y joven, dos etiquetas que, en el terreno político, no auguran un camino sencillo. Las dificultades que ya implica ser mujer en un territorio tradicionalmente masculinizado se multiplican cuando la juventud entra en juego. Un doble desafío que implica enfrentarse a innumerables estereotipos y prejuicios, incluido el cuestionamiento constante de la habilidad para liderar, simplemente por ser mujer y, además, ser joven. Por eso es casi imposible encontrarlas en los puestos más altos de las listas electorales. ¿Quién votaría a una mujer joven para un cargo tan importante? Esta percepción no sólo margina a las nuevas generaciones de la toma de decisiones políticas, sino que también desalienta a las jóvenes a entrar en el espacio político en primer lugar. Teniendo en cuenta que son los jóvenes quienes más sentirán el impacto de las decisiones que se tomen hoy sobre temas tan críticos como la crisis climática, esta desigualdad en la representación es más que una cuestión de justicia; es una amenaza a la calidad y la efectividad de nuestra democracia.
La representación es muy limitada, y las cifras lo demuestran. Aunque casi una cuarta parte de la población española tiene entre 20 y 40 años, menos del 15% del Congreso de los Diputados representó ese grupo de edad. Por otro lado, el grupo de 56 a 74 años tuvo una representación en el Congreso significativamente más alta que su presencia en la población general. Este desequilibrio pone en evidencia que la política española está aún lejos de ser representativa.
Pero luchar por una mayor representación no es suficiente. Aunque sea crucial, por sí sola no tiene el poder de instigar el cambio social y estructural que necesitamos. No basta con sentirnos representadas si no podemos participar activamente en la toma de decisiones. Los mecanismos de participación democrática son todavía prácticamente inexistentes, en especial para las personas jóvenes. No hay una comisión de juventud en el Congreso de los Diputados o el Parlamento Europeo. No hay asambleas ciudadanas donde la sociedad en su conjunto pueda participar de manera activa. No existen canales de consulta. La participación ciudadana se limita a la organización de elecciones cada cuatro años, cinco en el caso del Parlamento Europeo. Sin embargo, en la era de la información y la conectividad, no hay excusa para esta falta de inclusión. La tecnología nos ofrece una ventana única para innovar en la democracia, implementando nuevas formas de participación que vayan más allá del mero acto de votar. Pero cambiar el modelo democrático requiere de valentía política, en especial cuando se trata de involucrar a la juventud.
En una sociedad envejecida como la española, los jóvenes son el grupo demográfico menos importante para los políticos que buscan votos. De ahí que en las campañas electorales apenas se mencionen las problemáticas a las que se enfrenta la juventud, como son la falta de acceso al trabajo y la vivienda, o la salud mental y aunque se mencionen, esas propuestas nunca llegan al ciclo legislativo. Es precisamente aquí donde radica la importancia de la valentía política: si queremos que España tenga un futuro democrático sólido, tenemos que trabajar para que nuestra sociedad sea crítica, participativa y representativa. Y debemos empezar por cambiar la narrativa: la juventud no es solo el futuro; es el presente.
La lucha por una política más inclusiva y representativa no es una cuestión de «corrección política», sino una necesidad para fortalecer nuestra democracia. La representación y la participación son dos caras de la misma moneda, y no podemos permitirnos descuidar ninguna de ellas. No se trata solo de quién está en la sala, sino también de quién tiene un micrófono y quién está escuchando. Sólo cuando alcancemos este nivel de inclusión podremos decir, con total legitimidad, que estamos construyendo una sociedad verdaderamente democrática.
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