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Las administraciones públicas insisten en la pretensión buenista de trasladar a la responsabilidad individual la solución a problemas que a ellas les competen, tal es la de garantizar el orden público y la convivencia, incluso sin estado de alarma de por medio. El Ayuntamiento de Logroño ha sido el último en apelar al civismo para contrarrestar las sanitariamente desaconsejables concentraciones tras el cierre de los locales de ocio. La última se anotó el sábado después de la medianoche. Varios botellones, más o menos casuales, congregaron a 800 jóvenes, y algunos menos jóvenes, en el parque del Ebro y a otros grupos en diferentes espacio urbanos. Una irresponsabilidad, sin duda. Un riesgo que puede afectar a la convivencia, desde luego. Por lo que parece poco adecuado hacer descansar toda la solución en el compromiso individual. No se trata, ni mucho menos, de establecer algo parecido a un estado policial. Pero quizás una mayor presencia y visibilidad disuasoria de los agentes desanimaría a quienes olvidan algo tan básico como el uso de la mascarilla o la distancia social. El comportamiento ciudadano está siendo mayoritariamente ejemplar. Por eso, a la administración le toca evitar o corregir, incluso sancionar, la actitud de la minoría que se empeña en desatender reiteradamente sus llamadas a las responsabilidad y el civismo.
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