Llevo días pensando qué pasaría en este país, en el que nadie escucha a nadie y se tiende a creer que siempre lo peor es cierto, si diez mil españoles se lanzaran al mar intentado alcanzar Marruecos para poder vivir. Imaginemos a españoles desesperados, adolescentes ... y madres con niños a la espalda, animados a largarse de su país por un gobierno que les deja claro que no le importa si se ahogan o sobreviven. Imaginen que mientras nuestros compatriotas nadan en el ministerio de Exteriores se frotan las manos anticipando la cara que va a poner el rey de Marruecos cuando lleguen todos a sus costas y además le amenazan con continuar enviando remesas de desesperados.
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El escándalo en la prensa de nuestro país pondría al gobierno contra las cuerdas. Por eso me sorprende lo fácilmente que en España compramos el producto que nos venden los voceros del rey de Marruecos. La vida de juergas y excesos de Mohamed VI y su fortuna son conocidas en el mundo entero, oculta la realidad de su situación interna porque no existe una prensa libre y quienes tienen agallas para la crítica son represaliados sin piedad. Hassan II ya nos enseñó, tras ocupar el Sáhara Occidental, que la diplomacia marroquí es excelente en el arte de negociar engaños. Que la diplomacia es un alambicado juego de intereses y apariencias, un espectáculo de sombras chinescas es conocido, como lo es que Europa negocia con Erdogan de Turquía y con Mohamed VI compensaciones económicas, que vaya a saber usted adónde van a parar, para que controlen la entrada de la inmigración. Nosotros lavamos nuestra conciencia y ellos tejen la tela de araña en la que nos atrapan. Cíclicamente el problema regresa porque el monarca alauita sabe que los europeos se desestabilizan en cuanto los partidos xenófobos agitan la bandera de la invasión.
En España ese miedo y ese odio se fomentan para obtener votos. Se grita demasiado y nadie se pone en el lugar del otro. La parte humana de estas tragedias con nombre propio revelan el mundo en el que vivimos. Esas vidas menudas, esas historias pequeñas, esos familiares perdidos en el mar son la microhistoria que escribe la historia de este siglo avanzado científica y tecnológicamente pero cada vez más deshumanizado. Existen microhéroes que nos recuerdan que no hay nada más gratificante que la solidaridad humana. También tenemos bolsas de pobreza en España y sabemos de ciudadanos que viven desgracias que no han buscado, por unos y otros es necesario que sigamos defendiendo la dignidad del ser humano en cualquier tiempo y lugar. Creo que por mucho que se cuestione la calidad de nuestra democracia tenemos la suerte de vivir en ella. En España, mirando desde Ceuta y Melilla, vemos el Marruecos que gobierna un autócrata y podemos apreciar la diferencia entre ser súbdito y ser ciudadano.
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