De todos los elementos estructurales que determinan la vida de las personas en las ciudades, la actividad comercial es uno de los que más debate ... suscitan. Las razones son muy sencillas: es un elemento independiente, no sujeto a la voluntad de los gobernantes, y es el más determinante, pues se adapta de forma natural a la demanda de la gente, genera empleo de calidad, estable, y se encuentra vinculado íntimamente a la identidad del colectivo que lo genera.
En la ciudad de Logroño vemos reproducidos desde siempre los dos modelos clásicos de estructura comercial (reticular/urbano y radial/rural), de forma superpuesta. Se trata de una ciudad densa, vertical y no muy poblada, y eso ha facilitado que los ciudadanos pudieran consumir prácticamente de todo en su espacio próximo, y además poder desplazarse sin dificultad cuando debía acudir a algún espacio específico (estadios, espectáculos, organismos públicos, ocio, etc). Esto permitía unas vías descargadas de tráfico, capacitadas para acoger consumidores de otros lugares, que acudían a Logroño a comprar y realizar todo tipo de gestiones. Logroño era el centro comercial y social no solo de La Rioja, sino de buena parte de las provincias vecinas. Visitantes que enriquecían nuestra ciudad, pero no residían en ella, por lo que no alteraban la vida local. Por eso era una ciudad ideal para vivir.
En las últimas décadas, el crecimiento demográfico y la extensión de la ciudad han tenido como consecuencia una especialización de las calles y espacios, y esto ha provocado rupturas graves del ecosistema comercial. Si en Avenida de Colón proliferan los precocinados, y en Portales las heladerías, no es una casualidad, sino una consecuencia impuesta por los condicionantes de la calle. Las peatonalizaciones y restricciones impuestas determinan este segundo tipo. Sus defensores argumentan que en calles sin tráfico la gente pasea, y aumenta el volumen de negocio, pero omiten que este negocio es ajeno a la ciudadanía, al poner oferta y demanda en manos de las grandes franquicias internacionales. Al final, desaparición del comercio de abasto, empleo precario y deslocalizado, e inestabilidad económica y social. El proceso entonces es ya conocido: los residentes del centro emigran hacia los barrios dormitorio periféricos, y se convierten en consumidores adscritos al Mercadona de turno, con visita semanal al Alcampo. En el centro, los sectores que necesitan el tráfico rodado se van, y al desplazarse arrastran inevitablemente al resto, que acaba desapareciendo.
El comercio se comporta de forma orgánica y el colapso de una parte afecta al todo
Y es que el comercio se comporta de forma orgánica, y el colapso de una parte afecta al todo. Todos conocemos el caso de necesitar, por ejemplo, una cafetera. Si en mi barrio ya no se vende, acudo al centro comercial, donde con el coche aparcado, aprovecho y cargo comida, unas zapatillas, platos, carne... y hasta pan. Lo que iba a ser una compra de 20 euros se convierte en 200, que vuelan de mi barrio. Y en coche, claro.
¿Qué queda entonces para el centro de la ciudad peatonal? Pues degradación, y la pérdida de identidad y atractivo propio. Y esto que digo no es intuición ni una profecía: esto se llama gentrificación comercial, que ha arrasado el centro de las ciudades europeas. En Logroño, merced a su escaso atractivo turístico, el efecto no ha sido todavía demasiado virulento, pero ya lo podemos ver en nuestro necrosado casco histórico, con la plaza del Mercado transformada en terraza verbenera, Portales convertido en paseo marítimo sin mar, y los vecinos huyendo en desbandada de este espacio inhóspito.
Por todo lo expuesto, los comerciantes y vecinos de Duquesa de la Victoria, o de República Argentina, saben que ha llegado el fin de su modelo de convivencia. Lo saben desde que pelaron las barbas de sus paralelas pacificadas, donde las terrazas hosteleras apenas pueden enmascarar las decenas de carteles de 'Se alquila' que infestan las fachadas.
Creo, pues, que es el momento de la reflexión y el diálogo constructivo entre los ciudadanos, para revertir el proceso y construir un modelo de ciudad que permita desplazarse a pie y en bicicleta, pero también permita aparcar, cargar, desplazarse en vehículo de forma responsable, y generar espacios que acojan a aquellos que nos visiten, dentro de una responsabilidad individual y colectiva, no impuesta, en el uso del transporte y los espacios públicos. El Ayuntamiento debería, sobre ello, garantizar el derecho que tenemos de promover, consumir, desplazarnos y aparcar donde decidamos, en ejercicio de nuestra libertad y responsabilidad ciudadana. Ahora que todo el mundo se declara comprador de cercanías, ahora que todos somos ciclistas de toda la vida, que nadie utiliza el vehículo de forma excesiva ni irresponsable, la verdad es que nada o casi nada habría que modificar. Quizá, como mucho, habría que explicar de quién son los miles de coches que abarrotan los aparcamientos de los centros comerciales, y colapsan diariamente la circunvalación.
Pero de este y otros temas, con su permiso, podemos hablar otro día.
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