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Cada día descubrirás, /alegre, una cosa más», expresó William Shakespeare, el célebre cisne de Avon. Eso mismo pensé yo este miércoles pasado al leer en Diario LA RIOJA el reportaje sobre algunos de los privilegios que posee y goza la reina Isabel II de Inglaterra, ... uno de ellos la posesión de los cisnes de un amplio tramo del Támesis. Cada diez años más o menos me he parado a meditar unos dos minutos sobre lo extraordinarias que son esas instituciones denominadas monarquías, con todos sus matices singulares según la parte del mundo donde han existido o continúan existiendo, y he llegado a una conclusión: o sus componentes son extraterrestres o lo somos la mayoría del resto de los mortales.
¿A qué viene eso de que un mocete o una moceta, por el simple hecho de haber nacido en una determinada familia cobijada en una colección de palacios en los que jamás han puesto ni pondrán un ladrillo, hayan estado predestinados a no pegar golpe en toda su repajolera existencia y a pisar a todo bicho viviente que se ha dedicado a alimentarlos desde tiempos de los dinosaurios de Enciso? Y, mientras, el resto de tiernos infantes, envueltos en harapos y mocos, han tenido que contentarse -santos inocentes, según Delibes- con que sus hermanitas niñeras los apelen, para más INRI, rey mío acunándolos en sus escuálidos brazos. (Qué párrafo tan bellamente folletinesco me acaba de salir; ¿qué más tengo que demostrar como para que me contraten de exitoso guionista de fotonovelas?).
Aparte de las triunfales exhibiciones de los distintos miembros de la monarquía británica en sus calles, seguidas babosamente por los sucesores de los fieros normandos y sajones de las películas medievales, me llama la atención la orgullosa veneración que dedica dicha familia y sus súbditos al imperio de la Commonwealth, compuesto de más de cinco decenas de estados, y la distancia con que tratan, en la práctica, el tema de la moderna Comunidad Europea.
Comparen ustedes estas conductas con la opinión que conserva la ciudadanía española acerca de su historia imperial y observen el regocijante cachondeo de las máximas autoridades políticas españolas que desde hace meses han estrenado regocijantes obras teatrales en Madrid -la más exitosa, Investidura y caradura-, con clara influencia en las diecisiete representaciones de provincias, que están obteniendo éxitos delirantes asimismo en Ceuta y Melilla.
Decididamente, bajo el sereno paraguas de nuestra monarquía, inspirada en su muy rancio pasado, nos espera un estupendo verano, pleno de fiestas y de lecciones de ciudadanía. En Inglaterra las autoridades parecen inclinarse por los cisnes; en España, por los gansos. Y ya se sabe: de cisnes, cisnadas; de gansos, gansadas.
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