«Tan solo necesitas seguir cinco pasos para gustarle a la chica que te gusta». La voz, melosa y femenina, sale del móvil de un tipo que fuma bajo un soportal. La escucho al pasar por su lado y, sorprendida, me paro delante de él ... un instante. Levanta la cabeza del teléfono, me mira, le miro y cruzo la calle rápidamente, no vaya a pensar que el vídeo que está viendo ha obrado el milagro incluso antes de acabar, que ha encontrado a la conviviente a la que poder echarle el humo a la cara. Ya en la otra acera, veo que sigue atento al móvil. Parece que los pasos para ligar son más pesados que los hay que dar para crear una empresa.

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Cada uno se agarra a lo que puede, a lo que quiere o a lo que le dejan. A un vídeo que te explica cómo convertirte en un playboy de provincias, a atarle los huevos a San Cucufato cuando pierdes la llaves, al horóscopo o al pan recién horneado: al abrir la cartera buscando un euro para pagar una barra me encuentro una medallita que me dio Ana este verano antes de iniciar el periplo articulístico por España. Y una, tan agnóstica que ni siquiera cree en sí misma, depositó la poca fe que le quedaba en un trozo de metal ovalado. «Que no nos pase nada, que no me falle el ordenador, que las habitaciones tengan balcón para poder fumar mientras escribo», pedí apretando la medalla en el puño. Hoy, al tropezármela de nuevo, le he pedido que aguantemos el tirón hasta que nos vacunen. «Que me pinchen», escribía ayer Rosa Belmonte en esta página. Las vacunas es lo único a lo que nos podemos agarrar, y en ellas hay que seguir creyendo, aunque la fe de algunos se tambalee con tantos cambios de criterio, aunque nos parezca que los caminos de la ciencia son inescrutables.

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