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La contienda pandémica nos ha fatigado, las emociones vividas (fragilidad, dolor, inseguridad, soledad, impotencia, etc.) han puesto a prueba nuestra energía personal y también la social. La cuestión flotante es cuál es la amplitud de sus consecuencias económicas; nada de lo sucedido es neutro en ... un entorno en el que todo parece complicarse. El COVID-19 nos ha situado ante una carrera de fondo plagada de evidencias de crisis: sanitaria, económica, institucional, política o liderazgo internacional, a las que se suma el tipo de responsabilidad ciudadana que toma un doble perfil: el de cigarra entre aquellos que buscan en el COVID una excusa para aminorar su deber: en el trabajo, en el rendimiento académico, en el abuso de las excepcionales ayudas sociales o ERTEs, y el de ciudadano hormiga, productivo y responsable, en el que las instituciones se apoyan para recabar impuestos y medios que sostengan la economía. Un círculo que va atenazando cuando no se trata de aprovechar la crisis en beneficio propio disminuyendo responsabilidades, sino todo lo contrario.
El desafío tiene efectos profundos, no podemos esperar que nos salven de la recesión a la vista sin aportar nuestro esfuerzo. En los últimos años parecía que la marcha de la economía había mejorado, que las generaciones de jóvenes en paro forzoso o fuera del país comenzaban a encontrar un entorno con mayor creación de empleo, que la precariedad de vida comenzaba a disminuir y el poder adquisitivo iba recuperándose. El obligado confinamiento ha frenado estas expectativas aunque sea difícil calibrar el choc social que se avista; se estima que la producción se contraerá sin precedentes tras la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, las listas de parados forzosos engrosan, hay reestructuraciones dolorosas, escasez de nueva oferta de empleo y fragilidad del existente. Frente a ello se reclaman medidas de urgencia y se prevé un aumento del endeudamiento público, estimado en un 125% en España o 165% en Italia; nuestra mirada se lanza hacia una Europa en la que cada vez es más claro el dibujo de dos tipos de países: los frugales y reticentes del Norte con un endeudamiento público previsto en torno al 60% con distintos enfoques de abordar la fiscalidad, la responsabilidad económica y productividad, versus los del Sur que esperan su ayuda.
El desafío es importante, solo el trabajo responsable, la dinamización industrial y la reforma económica supervisada por la ayuda europea pueden impulsarnos a sobremontarlo.
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