Un año después del 13 de marzo en el que el Real Decreto del estado de alarma sanitaria confinaba la vida de los españoles para frenar el contagio del virulento COVID-19, nos preguntamos cuándo terminará la situación. Tras el shock inicial y la valentía ... de los profesionales sanitarios al frente de un enemigo poco conocido, las medidas adoptadas con drástica disminución de libertades personales, solo imaginables en situaciones excepcionales de golpe de estado o de guerra, continúan sacudiendo la vida social, económica y cultural.
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Hace solo un año, pero parece mayor el tiempo que nos separa de cuando circulábamos libremente sin mascarillas, yendo y viniendo de cualquier lugar del planeta a cualquier hora y por cualquier medio, de contacto abierto con cercanos y extraños sin distanciamiento social. Con extrañeza y miedo hemos adoptado nuevos usos, objetos y maneras, mientras observábamos la imprevisión de los gobiernos ante la pandemia, la lenta reacción de la Unión Europea o las eventuales contradicciones y caminos erráticos adoptados.
Hoy, la realidad constata más de 70.000 fallecimientos solo en España, millares de enfermos crónicos, un sistema sanitario tensionado, una juventud frenada, generaciones separadas, desigualdad creciente, sectores económicos paralizados, vida cultural dañada, etc.; efectos de una crisis mundial vigente que parece controlable contraponiendo la eficacia de la ciencia y la política. La ciencia ha demostrado que la competencia de los investigadores, en disposición de tecnología innovadora, ha obtenido en tiempo récord vacunas efectivas para frenar el virus; los epidemiólogos se han movilizado mundialmente mostrando que una pandemia así puede prevenirse y ser controlada; la tecnología digital ha permitido sobrellevar el confinamiento, aunque no paliarlo. Ciencia y tecnología han evidenciado que, aunque frágil, la humanidad no está indefensa hoy ante una pandemia natural controlable con ellas. Pero la política ha mostrado generalmente un escenario distinto, con preocupantes muestras de escasa eficacia o fracaso.
Un año después debemos mirar hacia delante, marcando las condiciones para prevenir y minimizar las consecuencias de catástrofes similares y otra muy peligrosa: el cambio climático. Según Bill Gates, que anticipó la necesidad de prever una pandemia bacteriológica, el 2023 marcará una inflexión, que comienza esta primavera, de reconstrucción y crecimiento socioeconómico escalonados en la que España no será de los primeros pero tampoco de los últimos países en alcanzar, siempre y cuando controle el vergonzoso espectáculo de su clase política enzarzada en una jaula de grillos con formas esperpénticas pero de peligroso calado.
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