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CIELOS

Chucherías y quincalla ·

Teri Sáenz

Logroño

Domingo, 12 de enero 2020, 10:20

Una de las contadas satisfacciones que deja un debate político en continuo estado de enconamiento es el rango que ha tomado la lucha contra el cambio climático. Más allá de las medidas que puedan adoptarse en esa dirección y que se antojan inevitablemente lentas como ... sucede en cualquier superación de paradigmas, el primer éxito reside en instalar en la conciencia colectiva que el planeta está amenazado por los pésimos hábitos de sus inquilinos. Que en las conversaciones de cualquier bar de barrio se cuele el problema la contaminación, nos pensemos dos veces dónde depositamos los residuos que generamos a diario o hasta un niño se pregunte a qué obedecen esos giros tan bruscos de la meteorología forman parte de la solución. El despliegue de esa preocupación ejerce además de antídoto ante el negacionismo cuyo campo de batalla no está en la estadística ni la certeza, sino en el barro de la confusión. El mayor enemigo del esfuerzo a largo plazo en favor del medio ambiente está en nosotros mismos, en saber sopesar en su justa medida una necesaria y elogiable preocupación. Embridar la tendencia tan ibérica a pasar del todo a la nada sin transición y tratar ahora de fusilar al amanecer a quien ose beber de un botellín de plástico. Esa tentación por el exceso supura también en la idea de eliminar un buen puñado de vuelos que conectan Madrid con diferentes capitales de provincia y que sitúa en el punto de mira al aeropuerto de Agoncillo. Precisamente, en una coyuntura en que La Rioja se revuelve contra la falta de conexiones y se conjura para salir de su aislamiento. Los extremos no son la panacea de nada y los grandes retos tampoco pueden condenar a los más pequeños.

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