Lo que cae y no es del cielo

Miras hacia el cielo y no observas nube alguna. En su lugar, alguien ha decidido que es el momento de regar los tiestos del balcón. Regar las plantas y, de paso, a los viandantes.

En otras ocasiones son los remanentes del desayuno, incluso de la cena, que quedan en los manteles los que súbitamente ilustran las calles y a quienes las transitan. Incluso ese cigarrillo (sí, también encendido) que parece no tener cabida en un cenicero de la casa.

La alfombra. Ay, esa alfombra apaleada en busca de la última mota de polvo... partículas que quedan cual caspa en la cabeza del transeúnte.

Quizá debería el Ayuntamiento buzonear un resumen de las ordenanzas municipales. Nada del otro mundo, solo los principios básicos de convivencia. Que si «no se permite regar las plantas instaladas en el exterior de los edificios si a consecuencia de ello se producen vertidos o salpicaduras sobre la vía pública o sobre sus elementos« (no me importa que se me catalogue como elemento).

Que si «no se permite sacudir ropas, alfombras, escobas o similares sobre la vía pública, ni tampoco desde los balcones, ventanas o terrazas fuera del horario comprendido entre las 22 y las 9 horas».

Ah, imprescindible: «Se prohíbe escupir, orinar defecar en la vía pública».

Sí, sí, hace falta recordarlo. Y, de paso, aludir a las sanciones que conllevan cada una de las conductas incívicas.

#noalaguerra