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A quienes apostaron en su día por la crispación y el enfrentamiento como instrumento político enardeciendo los impulsos emocionales del ciudadano hay que reconocerles que van cosechando éxitos, aunque el resultado sea nocivo para la convivencia y el entendimiento.
El ministro del Interior ha hecho ... público un informe de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que advierte del incremento del 9,3% de los delitos de odio en el primer semestre del año respecto al mismo periodo de 2019, ya que en 2020 el confinamiento trastoca los datos. La mayor parte de estos delitos registrados fueron por racismo, ideología y orientación sexual. Este aumento objetivo no deja de resultar estremecedor y más si, como añade el informe, el 89% de las víctimas no los denuncia. La realidad es que el miedo, la incomprensión, la angustia por la humillación recibida, e incluso el temor a ser avergonzado de nuevo en público, frenan a muchas de las víctimas de la intolerancia.
Este camino de odio solo provoca dolor a los que el dedo de la intransigencia señala como diferentes. Si desde ámbitos políticos se enarbolan la homofobia, la xenofobia y la condena ideológica del contrario como banderas, el cóctel resulta explosivo. Porque los agresores, de palabra o de hecho, no solo ridiculizan al homosexual, al negro o al que piensa distinto sino que aspiran a una sociedad en la que ellos no existan, en la que se les obligue esconderse, en la que se reprima su sexualidad o se conformen con ser el felpudo de una sociedad que los excluye.
Décadas después de haber conseguido una sociedad avanzada en derechos civiles y sociales, el fantasma de la intolerancia recorre de nuevo el mundo. En Europa nuestros derechos estaban protegidos pero hay algunos líderes que pretenden ponerlos en riesgo.
En Polonia, un tercio de sus municipios se declaran libres de homosexualidad. Estas vergonzosas iniciativas, amparadas por el propio presidente Andrzej Duda, del partido ultraderechista Ley y Justicia, son tan peligrosas como las leyes contra la igualdad alentadas por el presidente de Hungría, Viktor Orbán. En España, no debemos olvidar el reciente asesinato de Samuel Luiz o los insultos y palizas a otras víctimas. No podemos volver a las catacumbas del franquismo. Hay quien añora los tiempos en los que se humillaba, escondía y detenía a homosexuales y comunistas, protestantes y socialistas o librepensadores y sindicalistas. El espacio europeo debe quedar libre de odio evitando confraternizar con quienes quieren imponer a la fuerza su moral, sus creencias y su ideología. En España se ha sufrido demasiado como para ignorar que la consecuencia del odio siempre es el dolor y que la única cura posible es el respeto a la libertad ajena. Los datos avisan de que la luz roja está encendida, solo los ciegos no quieren verla.
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