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Qué tiempos éstos en los que el chismorreo es espectáculo de masas y base de agudos estudios sociológicos. Como su práctica a nivel privado es gratis también es tiempo de replantearse su asimilación. Días pasados, en el autobús, con distancia, mascarilla y oreja expandida, oí, ... escuché, registré. Por aprender.
– Jo, tía, qué jeta tienes. Eres más falsa que una lechuga de plástico.
– Es que soy una lechuga de plástico. Todos somos de plástico. Me lo ha descubierto mi tío, el emérito.
– ¡Hala! Y de sangre azul. Del tinte del hiper, claro, como el panocha que llevas en el coco. Esa química de las tinturillas te da delirios. ¡Un emérito! Con lo caro que es eso.
– No tienes ni idea. Cuatro chismes de la tele y a presumir.
– Tú, claro, de Salamanca.
– Ya lo conocerás, que vendrá estas fechas.
– Te forrará de talones suizos.
– Si no tiene ni pa la hipoteca. Ser emérito no es ser emigrante en los países árabes. Ya ves, unos vienen y otros van. Mi emérito es profesor, desasna universitarios. Investiga y ha descubierto lo del plástico. Me dice, cuidao con los envases, lleva tu capacho de paja hasta pa las chuletas, que te van a convertir en muñeca hinchable.
– La Chochona.
– La santa tu madre. A ti tendría que desasnar.
Miradas aviesas del resto de los viajeros las crucifican. Injustamente, sin chismes no habría evolución. Con sus boquitas socializan y consolidan eso que se llama civilización. Boquitas Homo Sapiens de hace 70.000 años aprovecharon una mutación del lenguaje para darse el gustirrinín de hablar del prójimo, aunque fuera bien. Lo demuestran sabios como el antropólogo Yuval Harari, la psicóloga evolutiva Ashley Waggoner o el escritor Vargas Llosa, que percibe un puntito de droga alienante en el asunto. Los chismes hicieron a los humanos sociedad, prójimos, grupos de emprendedores, eméritos. Como el mentado tío.
– Pero cómo va a ser emérito tu tío si su hermana le tiene por un berzotas y un vaina. Claro que ella, cardo borriquero. Será de familia.
– Oye, capulla, es emérito, de los legales. El otro es por el morro. El mío hizo sus oposiciones, culminó su carrera y sigue enseñando lo que sabe a los que no saben. Como dios.
– Como dios es como vive el emérito-emérito, ese sí que tiene conocimientos, conocijones dice mi hijo, que también es emérito por sus emEres, emErtes y cuando le aprieta la ira de la justicia se los quiere cortar.
– ¡Pero estáis locos! Ni se os ocurra, vuelve, le dan una minusvalía para su trabajo habitual y, hale, otro subsidio.
La memoria de mi disco duro se agota, bajo en mi parada y me examino ¿Soy una endivia? ¿Soy un jamonyor? ¿Soy el yogur que me inoculo a diario? Tarea para un emérito en antropología del metacrilato.
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