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Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Esto ya nos lo enseñó nuestro querido don Quijote que, si hoy volviera, sentenciaría que mejor nos iría si, en vez de abrirse otra, alguna se cerrara para siempre. Yo elijo para el cierre la puerta de ... la corrupción que resquebraja los cimientos de nuestras instituciones. No hay forma de atrancarla. La continua apertura de puertas parece construir un túnel infinito, como la galería de una mina horadada bajo tierra que amenaza con un derrumbe de los cimientos del sistema.
La sentencia de los ERE de Andalucía vuelve a poner el dedo en la llaga que ha desangrado de forma recurrente la credibilidad de la política, cercenado la arquitectura institucional y menoscabado los indudables logros de nuestra democracia. Hay muchas formas de corrupción: la que busca el lucro personal, la que busca tejer una red clientelar, el enchufismo, el mirar para otro lado ante un delito flagrante y otras que es fácil imaginar. Pero todas son igualmente vergonzosas, porque desbordan las costuras no solo de la legalidad sino de la ética. El latrocinio o el uso fraudulento del dinero público es imperdonable y más si es realizado por quienes debieran ser los guardianes del correcto uso de los recursos del común de la ciudadanía. Los resultados de consentirlo son catastróficos para la sociedad. El tiempo demuestra que, pronto o tarde, la corrupción termina por destruir a quienes la ejercieron. Hay muchos ejemplos recientes, enumerarlos resulta agotador.
El Tribunal Superior de Andalucía ha condenado, entre otros dicecinueve, a los expresidentes de la Junta de Andalucía Chaves y Griñán. Aunque la sentencia no es firme y finalmente el Tribunal Supremo dirá la última palabra, lo cierto es que ha sido demoledora. Se quiera o no, envuelve toda la tarea de la Junta andaluza de los sucesivos gobiernos del PSOE en un halo de sospecha que oculta los logros de sus mandatos. Es lo que tiene la corrupción, que una vez descubierta lo mancha todo, incluso el futuro. Se abre ahora en el socialismo andaluz, la federación más fuerte del socialismo español, un tiempo de reflexión y de respuesta que esté a la altura de la gravedad de la sentencia. No es tarea fácil la autocrítica y menos cuando la exigen quienes tampoco la han ejercido cuando se han visto manchados por tantos casos de putrefacción en sus filas, pero hay que hacerla. No se puede disculpar lo injustificable porque otros sean más o menos corruptos. Solo asumiendo la dimensión del error se puede afrontar el futuro mirando a los ojos de la gente sin sonrojarse. El precio es alto y eso es lo que los ciudadanos juzgarán ahora.
En este país somos muy rígidos con el error ajeno y muy laxos con el propio pues siempre lo encontramos disculpable. Exigimos a los otros lo que nosotros no cumpliríamos si llegara la ocasión, por eso ha habido tanta tolerancia con comportamientos públicos bochornosos porque, en la esfera privada, los justificamos. Ahí está el fraude fiscal que podría ayudar al saneamiento de las cuentas públicas. El famoso mantra de que todos son iguales de corruptos, de sinvergüenzas o de trepas es lo que ha permitido dos cosas: que algunos actuaran desde la impunidad porque no afectaba a la fidelidad electoral, ya que eran reelegidos, y que el sistema sufriera un deterioro evidente.
Ahora que estamos todavía escandalizados por la inmensidad de la corrupción de que afecta a todos los partidos es hora ya de cerrar la puerta y decir, ¡basta! Los corruptos es difícil que se extingan pero los votantes debemos ser severos con ellos. Espero que los partidos hayan aprendido la lección. Pero, en este tiempo de desafecto hacia la política se abre, sin embargo, la puerta a un tiempo nuevo de intolerancia a la corrupción, única forma de sanear y de reforzar la democracia. La limpieza a fondo del espacio común es el reto para conseguir que la puerta de un período negro de tropelías quede sellada hasta el fin de los tiempos. Esto es un deseo, el tiempo dirá si en el futuro la política supera la prueba del algodón.
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