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La política española se parece cada vez más a una verbena que culmina con fuegos artificiales que deslumbran y luego desaparecen. Ya saben, como lágrimas en la lluvia. Quieren alimentarnos de asombro pero estando curados de espanto, pocas cosas nos sorprenden. Hoy no voy a ... hablarles de los pactos, que es asunto para corredores de fondo y menos tras comprobar que hay quienes llevan años viajando de la derecha al centro y no terminan de llegar, y hay quienes desde el centro imaginario han llegado a la derecha, pasando por Colón, en un abrir y cerrar de ojos. Unos se moderan y otros se extreman, incluso, algunos se estremecen, pero tiempo habrá.
Ha habido un par de asuntos que me han causado desasosiego estos días en los que sería de agradecer una tregua en el griterío que rebajara un poco el ruido ambiental. Ambos temas tienen que ver con algo que me indigna, el incremento de la intolerancia y la tendencia cada vez más extendida de hacer de la discrepancia política una trinchera.
La expresidenta del Parlament de Cataluña, la señora Núria de Gispert, ha tenido a bien obsequiarnos con una de sus salidas de pata de banco volviendo a insultar a políticos del PP y Ciudadanos comparándolos con cerdos, en concreto, a Inés Arrimadas, Juan Carlos Girauta, Enric Millo y Dolors Montserrat. Vaya por delante mi solidaridad con ellos y con cualquier otra persona verbalmente agredida por esta señora. Parece que atendiendo a méritos tan destacados como éste es por lo que Quim Torra, delegado de Puigdemont, le ha otorgado la Cruz de San Jordi, hasta ese momento, la más alta distinción de la Generalitat de Cataluña. En este clima insoportable que hace del insulto algo cotidiano (felón, traidor, okupa, etc., se ha llamado al presidente del gobierno), un insulto más o menos podría pasar desapercibido si no fuera por el tinte xenófobo que destila. De Gispert al comparar con cerdos a sus adversarios está señalando su inferioridad y advirtiendo que no los considera auténticos catalanes, como otros en el resto de España no consideran buenos españoles a quienes no portan sus banderas. El mensaje que se lanza es extraordinariamente irresponsable porque ahonda el clima de quiebra de la convivencia entre los propios catalanes. No hay nada más peligroso que alimentar hogueras con insultos que excluyen al que no piensa como tú. Todos sabemos cómo se llama esta ideología que se resume en un lema muy simple: nosotros somos mejores y los demás, como son cerdos, que se vayan. La definición es igual en Alemania, en Italia, en Hungría y en todo el mundo.
La segunda parte de esta novela es todavía más hiriente. Presentándose como víctima de la España opresora Gemma Domènech, directora general de Memoria Democrática de la Generalitat (ahí es nada el título), ha aparecido en el memorial del campo de concentración de Mauthausen queriendo asimilar a los políticos independentistas presos, juzgados por el Tribunal Supremo, con los casi 8.000 españoles recluidos allí, de los que murieron más de la mitad. Todos sabemos las condiciones infrahumanas en que vivieron, así como la S (Spanier) que les pusieron en el pecho, junto al triángulo de presos políticos, para distinguirlos. La cara de la señora Domènech, comprobando con un gesto torvo por el rabillo del ojo cómo la ministra de Justicia abandonaba el lugar, ratifica que no fueron allí a homenajear a las víctimas del nazismo sino a utilizar su memoria para sus propios fines. ¡Cuánta bajeza! No hay ni un minuto de tregua, ni un minuto de respeto, ni un minuto para la mínima educación, ni una sola concesión a la tolerancia. Para el gobierno de Torra solo hay procés, no hay pobreza, ni desigualdad, ni paro en Cataluña, solo hay independencia. Vivir del exabrupto e incluso de la soberbia estoy convencida de que solo conduce al fracaso. Señora de Gispert, confieso ser una cerdita, una Peppa Pig tan asombrada que ya nada me asombra, ni siquiera usted. Solo deseo que quienes deforman la historia para sus fines políticos terminen aplastados por ella, es decir, en el olvido.
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