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Creo sinceramente (1) que La Rioja tiene uno de los otoños más bonitos de España. No digo del mundo porque, en fin, tampoco soy de Bilbao. Pero por ahí andará: ríase usted por ejemplo (con todos mis respetos) del florecer del Jerte. Los hoteles de ... cien kilómetros a la redonda deberían estar a reventar entre octubre y noviembre, para ver uno de los espectáculos más maravillosos que nos ofrece mamá naturaleza combinado con papá agricultor. Pero como eso no ocurre (y la gente, sin embargo, hace cola para ver florecer los almendros cacereños) habrá que preguntarse por qué es.
Creo sinceramente (2) que La Rioja es un destino bien agradable para un cierto tipo de turista. Ése que viene, gasta y degusta al abrigo de una marca bien consolidada y que conoce todo el mundo. Y ocurre que en la capital de esa marca no hay ni un museo del vino. De hecho, en toda la geografía riojana todo lo que hay es porque señores particulares decidieron gastarse una pasta suya y de nadie más.
En Logroño, recuerdo, hay una cosa que se llama Centro de la Cultura del Rioja, que es un fracaso de los ayuntamientos logroñeses desde que se construyó. Lo cual es si se piensa, bastante lógico: si se construye un museo desde cero, lo suyo es pensar para qué se va a usar y luego darle forma con ladrillos, cristales y esas cosas. Pero aquí se hizo todo lo contrario, y llevamos pagando el pato desde entonces.
Y como eso, en fin, todo. A uno le parece que la política turística de este pueblo se ha quedado petrificada y sin ideas. Espero que la nueva gente que anda aún dándole vueltas al asunto arregle lo que se pueda. Porque mientras tanto, siguen cayendo las pernoctaciones, y el CCR sigue chapado. Y sin esperanza.
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