Los grupos de amigos, si perviven en el tiempo, son un buen sondeo para testar la evolución de la sociedad y de la economía. Pongamos como ejemplo una cuadrilla de trece personas cenando en un restaurante y remontémonos hasta el 2000.

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En aquel año, en ... esa hipotética pandilla, la mayoría de sus integrantes, con seguridad, fumaría. Era lo habitual. Una costumbre insana, ya se sabía por entonces, pero contra la que no se había legislado y que, por otra parte, concedía a los consumidores una imagen de modernidad.

Veintiún años después, el escenario es justo el contrario: de los trece solo fuman tres. Unos parias que se levantan de la mesa para salir a la calle a echarse un pitillo. Aquellos sofisticados de ayer son hoy unos vulgares viciosos que despiertan tanta compasión como repugnancia.

Y ahora, el test sobre la economía: de esos trece que en el 2000 estaban todos trabajando, hoy hay cinco jubilados, tres inactivos y cinco activos que rayan el suelo con los dientes cuando los que han pasado a mejor vida laboral les cuentan que son dueños de su tiempo y que lo pierden como les da la gana: se han apuntado a clases de inglés, hacen yoga, han redescubierto la pintura y, además, pasan el día entre paseos, lecturas y siestas con 'batamanta'.

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Ahora amplíen el foco del grupo de amigos a todo el país y observarán espantados la ratio cotizantes-clases pasivas. Porque así de sencillo, mirando la mesa de un restaurante, entiendes qué ocurre con las pensiones públicas.

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