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Acabo de ver -como en una especie de estado shock, un shock de naturaleza distinta al horror de los días de autos; un shock retroactivo, desvelador, intrahistórico, que perfora capas, que demuestra cómo los acontecimientos no te dejan ver la totalidad del ' ... escenario del crimen', y no me refiero solo a la investigación policial-... los cinco tomos de la serie de Bambú (para Netflix) El caso Alcàsser. No soy el primero que ha expresado -léase a Jabois o a Boyero- su conmoción desfondada, atónita, casi insoportable, por lo relatado en esta crónica from hell. Los crímenes en general -se comprueba con el tiempo- adhieren a los hechos y al cuerpo del delito un reservorio de datos y de indicios sobre el espacio y el tiempo en que se cometieron. No son conclusivos pero sí iluminan la gruta, el espeluzno. Son de tal valor estas noticias que vienen percutiendo desde el pasado, que por sí solas justifican una apertura del sumario, desde el punto de vista sociológico, periodístico. Y audiovisual: el retrato final que, casi treinta años después, se compone de Fernando García, el padre de Míriam, entrevistado -a la altura de un plano de cámara un poco picado- en una habitación que da, a través de un ventana de oficina, a una fábrica de colchones, a un mar de foam para colchones, o algo parecido. Es o fue su propia empresa, su trabajo. Los colchones, muy otros, claro, que fueron una pieza del escenario criminal de la finca la Romana. Los colchones que García insistía en que no se habían investigado. García creía que aquellos colchones escondían el ADN de la verdad de lo sucedido. Esos planos de García, en el 92, cuando era el personaje de 'el padre', el padre de las tres niñas de Alcàsser parecía y no solo de Míriam, un hombre con más peso, pegado siempre a un cigarrillo, con su cazadora, alguna mella en su rostro, el padre detective, el padre justicia -no como ahora, en 2019, aún en la oficina de su fábrica de colchones, delgado, de una delgadez como de excarcelado (y lo es: de él mismo, de su personaje, de todo aquello)-; visitando aquel García del 92 el altillo de la Romana y levantando los colchones, rebozados con telarañas y podredumbre. Reclamando dejar que hablaran los colchones. Por eso, la fábrica de colchones sobre la que él ahora recuerda nos parece de un foam lapidario. Se llama puesta en escena, y cualquier puesta en escena habla de lo que se ve y de lo que no se ve. La serie El caso Alcàsser realiza, digamos, un trabajo forense posterior a los condicionantes de época, indagando e interpretando ese reservorio al que me refería. Es como cuando hace años -las décadas del VHS, coetáneas a Alcàsser- te empeñabas en estar ahí con el mando, para quitar la publicidad o la continuidad que se emitía en los cortes de las películas y ahora -a la inversa- sigues guardando las cintas porque aún más que la película en particular te interesa saber qué sucedía entre bloques de su emisión: los anuncios, los informativos, los rostros, esos intersticios que son ahora mucho más elocuentes, que son el documento que significa a chorros. Pues la serie trata de esas brechas, de esos agujeros negros. De la recámara de zonas muy oscuras de una España que el olimpismo y Curro apenas pudieron enmascarar: un rumor atávico, un sensacionalismo patibulario; sumado a fenómenos modernos como la rapiña de audiencias entre las cadenas de televisión. Y la ruta del bacalao: pesadillescas esas imágenes de la filas de adolescentes peregrinando a pie, de noche, al borde la carretera, para llegar hasta una discoteca en ningún sitio. Son como planos de David Lynch. De una sobriedad dolorosa y doméstica es también todo el material recuperado en BETACAM, como un reality filmado por Haneke o Von Trier o los Dardenne. «La historia de un país es también la historia de sus crímenes» se oía al inicio de cada capítulo de La Huella del Crimen. No puedes entender un buen tramo de la historia de los Estados Unidos sino lees A sangre fría de Capote. Cuando ves -al hilo- la magnífica serie también para Netflix La desaparición de Madeleine McCan puedes entender mejor algunos móviles del brexit (ambas asuntos aún sin resolver, la desaparición y el brexit). Incluso Carlos Saura creyó que el crimen de Puerto Urraco no había sido sobreseído socialmente y lo revisitó en 2004, en El séptimo día, trasladándolo, por cierto de 1990 a 1992, para incrustarlo como reverso de los fastos. Por todo esto, la serie sobre Alcàsser se titula 'el caso de'. Es el salto -como explica una de las dos periodistas del Levante- de la causa al caso. La causa es el proceso judicial, pero el caso fue todo lo demás, el siniestro entre escenas, entre líneas del atestado. La causas se pueden cerrar, pero los casos a veces nunca.
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