El transcurso del primer año desde las elecciones del 14 de febrero que otorgaron, por primera vez, más del 50% de los votos al independentismo y que condujeron a la Presidencia de la Generalitat al dirigente de ERC Pere Aragonès ha reproducido una constante en ... la Cataluña del procés –la división entre las fuerzas separatistas– y ha alentado el apaciguamiento entre el Govern y el Ejecutivo de Sánchez. Pero ninguna de ambas circunstancias ha desembocado, por ahora, en una clarificación del horizonte catalán. Es obvio que la distensión, tras una década de creciente escalada en las reclamaciones del secesionismo, constituye por sí misma un alivio para un sociedad socavada por la fractura política y la inestabilidad que ha tenido que afrontar, por añadidura, la pandemia. Pero ese aligeramiento de la presión, producto en gran medida de la necesidad de supervivencia mutua que enlaza a Sánchez y Aragonès, no se cimenta ni sobre la renuncia incontrovertible de los independentistas a su desafío inconstitucional ni sobre una mesa de diálogo entre el Gobierno y el Govern con un objetivo nítido y tasado que no dé pie al enredo. Un año después del 14-M, Cataluña sigue sin salir de su pantano.
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