Cataluña vive en un bucle espantoso. Las empresas que se fueron ya han advertido de que con las elecciones autonómicas (cuando se celebren definitivamente) nada cambiará. Que la vida seguirá igual. Que también lo hará la inseguridad jurídica. Y todos los agentes implicados se han ... puesto nerviosos, en especial los más agoreros, que prevén que este barco va directo a colisionar con otro iceberg gigantesco.

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Vivir en Cataluña con tranquilidad y en libertad es realmente complicado. La fractura social provocada por los catalanistas se agravó con el mensaje hostil y desafiante de los independentistas y el compadreo del Legislativo. La encuestas no dejan dormir. A nadie. Ni a los políticos que se juegan el todo por el todo, ni a esa mitad de la ciudadanía habituada a que el Ejecutivo autonómico desprecie su existencia, de forma que sólo gobierna para el otro 50%. El fetén. Solo por ello, estas próximas autonómicas son tan importantes: porque existe la posibilidad, aunque sea remota y difícil, de oxigenar una realidad irrespirable.

Ayer escuché al presidente de Castilla-La Mancha defender que Illa puede compatibilizar su dedicación como ministro de Sanidad en plena pandemia con su candidatura como cabeza de lista socialista a la Presidencia de la Generalitat. Mientras, la oposición denuncia los cálculos electorales del PSOE para aprovechar el tirón de su combate contra el COVID como trampolín electoral. No lo sé. Lo único que tengo claro es que la Cataluña invisibilizada se merece más.

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