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Cáspita!, decían algunos personajes de las historietas que leía de niña. ¡Recáspita!, he dicho ante el inesperado acuerdo de PP y PSOE sobre la reforma de la Constitución de 1978. Pero no se alarmen quienes creen que cualquier alteración de la Carta Magna es un ... atentado contra nuestras esencias. El asunto no va a suponer el hundimiento de las columnas de Hércules que adornan, ya saben, el escudo de España. El parto de los montes alumbrado por los partidos mayoritarios es una simple alteración semántica del artículo 49 de la Constitución. En él se obliga a los poderes públicos a promover la integración de «los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos» para que disfruten de iguales derechos que el resto de ciudadanos. Es decir, el uso del término 'disminuido' no tenía en los años en que se fraguó la Constitución los tintes peyorativos que tiene en la actualidad. Parece más adecuado, en los tiempos actuales, utilizar un término más inclusivo como es el de personas con discapacidad, como propuso un informe de 2019 el Consejo de Estado. Más de tres años han transcurrido para alcanzar un acuerdo que precisa el voto de tres quintas partes del Congreso.
Esta pequeña pero necesaria reforma demuestra que los legisladores de la transición elaboraron la Constitución a la luz de aquel tiempo. Ninguna Constitución debe ser rígida en su letra sino en su espíritu de protección de los derechos y libertades de los ciudadanos. La incapacidad de pacto de los partidos que vertebraron durante años la democracia española es tan evidente como negativa. La intolerancia creciente ha propiciado el deterioro institucional que vivimos. Creo, seguro que equivocadamente, que el bipartidismo naufragó por sus propios errores y de la decepción de sus votantes nacieron partidos nuevos que fragmentaron el espacio político hacia los extremos para ganar un espacio electoral abandonado a ambos lados y también en el centro.
La propuesta de Feijóo de que gobierne la lista más votada, que renace en cada periodo electoral, es una prueba de ello. Ni en Madrid (Ayuso y Almeida) ni en Barcelona (Aragonés y Colau) gobernarían con esa norma que no existe porque, a la hora de la verdad, nadie renuncia a obtener el poder. Por eso la lideresa Ayuso, que surgió en 2019 haciendo lo contrario de lo que hoy propone su jefe, ha ridiculizado la idea. Todos sabemos, sin resquicio de duda, que allí donde PP y Vox sumen mayoría, gobernarán. Feijóo quiere escenificar que si se une a la ultraderecha es porque le empujan a sus brazos los malvados de enfrente sin reparar en que lo mismo ocurre al revés en estos tiempos de cólera propiciados por el sectarismo. ¡Cáspita y recáspita! que difícil resulta levantar cabeza en esta hoguera de vanidades. Espero que la hartura traiga un nuevo tiempo distinto a éste.
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