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Hasta este miércoles 30 de julio de 2021, teníamos el Tesoro, la Reserva, el PIB, lo que fuera, respaldado por 1.585 millones de pesetas en orza. Los nietos y bisnietos de la peseta fueron al Banco de España con faltriqueras llenas. Provenían –lo contaban ... a sus puertas– de tinajas, cajas, cajones y bolsillos. Atesorados en los altillos, en baúles, en los armarios de ropa. Para ellos, 'la peseta' era un arcano; era una moneda como de los tiempos de 'Juego de Tronos', lo más cerca. Un souvenir de padres y abuelos: cuando «se miraba la peseta», algo que no logra una equivalencia de tanta calidad gráfica en «mirar el euro», por ejemplo; no digamos «mirar el bitcoin». El dinero ya no se puede mirar; es un logaritmo más. Se miraba la peseta, en metálico o en papel, y se acariciaba su contorno, porque era un bien escaso (para la mayoría). Y el complemento perfecto: «educación y pesetas, educación completa», «salud y pesetas, salud completa», se decía. Porque había que cuidar de su uso. Al desprenderse de ella y al recibirla. Era como «mirar por» alguien o algo. Por ese mismo alto aprecio se decía: «eres más maja que las pesetas». Algo que tampoco resiste traducción al euro: «Eres más maja que un euro». No funciona. Al igual que si mirabas demasiado la peseta, eras un «pesetero». Intenten traducir «pesetero» en euros. Imposible. Las pesetas generaron, además de circulación de dinero, una poética –además de política– monetaria, que aún pervive en la calderilla léxica de varias generaciones, y que no se puede cambiar a euros, ni siquiera este miércoles, último día en que, en el mismísimo Banco de España, que lo fuera de las pesetas, podía transustanciarse el pecio de tantas economías domésticas, hechas y desechas –depende cómo vinieran dadas– «pesetita a pesetita»: otra expresión del minimalismo ahorrativo que imperó en las familias de España. Aún ahora en tiempo de euros, cuando debes y tienes que pagar, tienes que hacerlo «hasta la última peseta». Está claro que la peseta es algo que pesa, que lo escuchas; y que el euro es algo más relativo. L 'p' y la 't', tienen peso específico. Deberás euros, pero tienes que pagar hasta la última peseta. Estaban para entrar al Banco de España –igual por primera y última vez– chavales y chavalas a los que sus padres y abuelos les había dado la paga del siglo, o de los siglos, el XIX y el XX. La generación de 'millenials' que lo más cerca que ha estado de las cámaras acorazadas de la pasta es en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre a través de 'La casa de papel'. En las fotos de prensa se les ve con desplegando un abanico de estampitas de 100, de 500, de 1000 con personajes impresos al lado de la marca de agua: Juan Ramón Jiménez, Falla, Bécquer, Romero de Torres, el Emérito. Los que le ponían cara a la peseta. Y de mano en mano iban. Seguramente para los herederos de las antiguas pesetas, varias de esas efigies son perfectos desconocidos. Sus mitos en el dinero son 'Tokio', 'Lisboa', 'Berlín', 'Nairobi', 'Estocolmo', 'Helsinki', 'Moscú'... Es otra geografía (y filosofía) de la liquidez, de la macroeconomía, del dinero en serie, nunca mejor dicho. Y se sorprenderían la otra mañana que aquellas pesetas de la familia, algunas a punto de coger cardenillo y su papel a enmohecerse; que aquella fortuna sentimental, que aquel idioma de las pesetas que ya solo hablan los Alcántara, metida en una bolsa de plástico abultada, tenía un justiprecio a la baja; que el traductor automático tiraba para abajo y que unos miles de pelas valían unos pocos euros. No en vano, una chica decía que el resultado se lo va a gastar en las Rebajas. Pero eso sí que ya lo sabíamos nosotros: que nadie da euros a cuatro pesetas; o sea, duros a cuatro pesetas. El miércoles yo sentí al final de la jornada una especie vacío: ya no quedaban pesetas más que en los álbumes de los coleccionistas de monedas y de sellos. El Tesoro, el Fondo, para mí, había quedado desguarnecido. Sentí, en fin, que se volvía muy real e irreversible aquel dicho, una de las imágenes más, no sé, duras y a la vez líricas que yo recuerdo asociadas a la peseta: «Cómprate una peseta de bosque y piérdete». Perdidos en el bosque, solo provistos de una peseta. Sería el principio de un cuento. El nuestro.
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