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Una vecina de Orense toma el sol en el balcón de su vivienda. Efe
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A la última ·

Miércoles, 22 de abril 2020, 00:30

Entre la pared y el cierre de aluminio de uno de los ventanales ha salido algo extraño, un amasijo informe, un tanto pringoso, que corroe las superficies por las que pasa. No sé si es un hongo o una invasión extraterrestre, pero la casa revienta ... por las costuras. Comienza a supurar, a desmoronarse, a desarmarse: uno de los fuegos de la vitrocerámica no enciende desde hace semanas, las bombillas de las escaleras se han fundido, la cisterna pierde agua y la campana extractora hace huelga día sí y día también. Se han rebelado todos a la vez, menos la lavadora y el lavavajillas, que siguen a destajo lavando pijamas y fregando platos, vasos y tazas de café. Y de infusiones: una, que con la superioridad moral de los muy cafeteros siempre ha mirado por encima del hombro a los flojos que bebían poleo menta, ha sucumbido frente al té chai. Es el acabose y la decadencia de occidente. Todo junto.

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