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RUBÉN LAPUENTE
Viernes, 23 de noviembre 2018, 23:43
Si le das a tu niño un pincel, un estuche de colores... Le das la mano del viento. Le das el vuelo de un hilo de tiza del sueño. Y te pinta una casa con su mechón de humo, su bólido rojo, un sol amarillo, a un tipo con antenas (¿o es él con su remolino en el pelo?) con sonrisa de payaso...No titubea. No tacha. No copia. No sufre. Aprieta el color para que salga más intenso, más llameante, y, o rompe la mina del lapicero, o se queda, sin fuerzas, medio dormido, sobre los colores.
Sin una pizca de pintura en la memoria, lo que le sale es definitivo, original, puro, sin patraña. Y lo hace de carrerilla, como si llevara mucho tiempo en esto del arte. Luego pone su nombre a la lámina con letras desmedidas...Y la olvida para siempre...Y a otra cosa, mariposa.
cartas@larioja.com
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