Me siento orgullosa de mi trabajo cuidando de nuestros ancianos y haciendo de sus últimos años de vida en la residencia un hogar feliz, su casa. En la recta final de su vida, dando sus últimos alientos, postrados en una cama, a veces la espera ... se hace eterna y los ves sufrir. Cuando la familia no está ahí, nosotras desempeñamos un papel fundamental: estar a su lado, cogerles la mano y hablarles desde el corazón.

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Romper la barrera emocional y contener las lágrimas es complicado, como lo es acopstumbrarse a despedir vidas, no emocionarnos, porque son nuestros pacientes, les cogemos cariño y sus familias confían en nosotras, en nuestra atención y amor.

Antes, no me habia tocado asistir al último suspiro de alguien, ver que ya no respira... Fue chocante y te marca de alguna manera.

Luego me me tocó vivir la situación más de cerca, con una familiar. Acompañarla ya en estado de sedación en la UCI fue duro y a la vez gratificante estar junto a ella, hablarle de su virgen del Pilar y darle cariño, orgullosa de su fuerza, valentía y ganas de aferrarse a la vida.

Unos cuidados paliativos dignos son fundamentales. Cuidar el mínimo detalle, proporcionar bienestar y confort al paciente y también a sus familiares; nadie te prepara para gestionar emociones tan fuertes. Pero lo hacemos por vosotros, los que, en estado crítico, estáis luchando entre la vida y la muerte.

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