No es que yo sea el paradigma de la perfección, pero cada vez percibo menos educación y respeto en mi generación. Las redes sociales están ... llenas de gente que presume de viajes y progresismo, normalizando tradiciones y creencias ajenas, mientras otros adoptan espiritualidades que determinan su vida según su fecha de nacimiento. El domingo, en la misa de 12.00 de La Redonda, no podía ni concentrarme en el motivo por el que había ido. Desde mi banco lateral, observé un desfile de desfachatez: personas entrando y saliendo como elefantes en cacharrerías, cafés en mano, escuchando audios o riendo como si aquello fuera un espectáculo al que no acuden desde hace años. Incluso quienes parecían cumplir con ciertas normas lo hacían de forma superflua, como santiguarse al entrar y salir, durando cinco minutillos dentro. Estos piensan que con eso ya han redimido todos los pecados del día y del mes. Es curioso el doble rasero que aplicamos a las creencias y derechos de unos y otros. Si fuera mi casa, no dejaría pasar a quien no me respeta; parece que Dios, como siempre, sí. Me sentí como un mono de feria, de esos que ya están prohibidos, y la paz que buscaba llegó con este escrito, en lugar de con el sermón del domingo.

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