Mi nombre es Gonzalo, mi mujer se llama Isabel. Escribo recién abandonada la habitación del hospital San Pedro donde me empecé a recuperar de las heridas que me produjeron el lunes dos perros de presa cuando paseábamos por la céntrica calle San Juan de Logroño.
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Queremos aprovechar la tribuna de este Diario para hacer llegar nuestro agradecimiento a todas las personas que, como Carlos Cubero, con una enorme valentía y sin pensarlo dos veces, hicieron todo lo posible para reducir a los dos bull terrier cuando estos estaban atacándonos salvajemente, aun a riesgo de su propia integridad.
No tenemos palabras suficientes para dar las gracias a todos los que de alguna manera nos socorrieron en un momento tan dramático, ya que sin su intervención es muy probable que el ataque hubiera tenido un desenlace fatal.
Queremos dar las gracias también a las personas que nos extrajeron de la escena para protegernos, y muy especialmente al personal del bar ¡Bueno... Bueno! que junto a la Policía Local nos prestaron toda su ayuda.
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Nos consuela pensar que sucesos como este pueden contribuir a regular y vigilar con mayor celo aún la tenencia de perros potencialmente peligrosos y, que al mismo tiempo, hacen reflexionar a los dueños de estos ejemplares sobre el riesgo que suponen cuando no se cumplen todas las medidas de seguridad establecidas.
Gracias muy especiales también al personal de ambulancias y de urgencias y planta del hospital San Pedro por su amabilidad y profesionalidad.
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