RUBÉN LAPUENTE BERRIATÚA
Lunes, 24 de septiembre 2018, 00:14
Sorteando el tinglado, el teatrillo de la plaza, me alcanzó un relámpago de algarabía. Eran los inocentes gritos, acallando las añagazas de la bruja Ciriaca o del Ogro Dienteslargos, alertando de emboscadas, de peligros, al despistado héroe Gorgorito o a Rosalinda, su novia pura. Demoré el paso para quedarme en el rumor de la estaca resonando en la malvada cabeza de trapo. Y me volví para volverme a ver en el recuerdo, sentado en el suelo, ligado por la maroma de otros brazos niños, entrando en la fábula, sin miramientos, completo, con las mismas muecas de tirria, de apego, de desprecio, de alerta, de miedo, de júbilo, que las que veo yo ahora en esta nueva camada de niños...
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Todos los sentimientos, ahí juntos, en este teatrillo de títeres, en este tablado de las emociones, que quizá me sirvió, después, para olvidarme de mi mismo en la penumbra de un cine o en la soledad de unos versos, de un libro, o para saber perderme en la agreste belleza de esta sierra de Cameros que me rodea y tan sólo con cerrar los ojos, y para ser, hoy, aquel mismo niño que salía de la mágica tramoya como un limpio río risueño, colmado de entregarse a la hermosa mentira de la vida.
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