La guerra es un negocio. Este es el diagnóstico de Gervasio Sánchez, reportero de guerra que lleva toda su vida mirando a la muerte de ... cara. La Primera Guerra Mundial no fue sino la carnicería encargada por las diversas potencias en busca de un reparto de las zonas comerciales y coloniales en beneficio de sus respectivas burguesías. La Segunda Guerra Mundial difícilmente hubiera tenido lugar si el proyecto político hitleriano no hubiera sido engrasado económicamente por un puñado de grandes capitalistas alemanes en busca de influencia y beneficios para sus empresas, alguna de las cuales son todavía hoy respetadas firmas comerciales. De las guerras coloniales del siglo XIX hasta lo que hoy acontece en Ucrania, todas han tenido un denominador común: hacer inmensamente rico a un número reducido de oligarcas. Pero las guerras no son solamente un negocio por las fabulosas ganancias que puedan obtener empresas de armamento o las que firmen los contratos para reconstruir las zonas devastadas. Esa son las consecuencias. Su causa se encuentra en la existencia de un régimen económico mundial atravesado por contradicciones crecientes, que se ve abocado a la violencia como forma de intentar resolverlas. Es el único medio por el cual los estados resuelven su disputa por mercados, fuentes de materias primas o las esferas de inversión de capitales. ¿Rechazamos la guerra? Conquistemos un mundo donde desaparezcan las premisas económicas que las originan.
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