Los primeros que hicieron propósitos al iniciar un nuevo año fueron los babilonios. Aunque para ellos, el año comenzaba a mediados de marzo, cuando se ... plantaban las cosechas. Los romanos adoptaron el año nuevo babilónico y el hábito de hacer propósitos. En el 46 a.C., el calendario juliano designó el 1 de enero como el comienzo del nuevo ejercicio. Y nosotros, europeos modernos, seguimos la tradición romana. El año nuevo ofrece una pizarra en blanco para escribir unas palabras o llenarla empleando una noción conocida como autoeficacia: intentar alcanzar un objetivo y sentirse dueños de la vida. Y, así, reiniciamos el disco del cerebro lleno de promesas. Pero hay que elegir algo realista: una o dos metas. Pongamos la familia, la salud y el trabajo en un plano superior. Y juguemos con palabras clave para hacer propósitos más de a pie: deporte; prensa, amigos, menos móvil, leer, escribir, pasear, sonreír, no quejarse, optimismo, solidaridad, implicarse... Y así un largo etcétera, simplemente porque gusta pensar que se podría mejorar en muchas facetas. Y para la clase política, honestidad, sinceridad, paz y quienes tengan botón nuclear ¡que no lo toquen!

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta especial!

Publicidad