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Eran unos tiempos difíciles. Corría el año 1975. Las cosas entre España y Marruecos estaban cada vez más que complicadas. A Franco lo habían llevado a La Paz, y a Juan Carlos lo mandaron a la guerra. Nuestro vecino marroquí, viendo los malos momentos que ... estábamos pasando, decidió echarnos una mano... al cuello y, cuando más delicada estaba la situación, organizó una 'marcha verde' que invadió el Sáhara español.
Viendo la que se le venía encima, el alto mando pidió a las tropas españolas que hicieran el petate, pero que lo hicieran bien hecho porque por aquellos arenales no iban a volver.
¡Y vaya si cumplieron su palabra! En una clara muestra de generosidad española, el ejército salió zumbando como rata por tirante dejando allí desde a los saharauis hasta todo lo que no se pudieron llevar debajo del brazo. 'Rey servido y patria honrada'. No se pudo hacer más y, puestos a no poder, tampoco pudo hacerse menos.
Casi cincuenta años más tarde, en esta ocasión de la mano de nuestro presidente de Gobierno y siempre relacionado con el tema saharaui, los españoles nos hemos visto de nuevo celebrando nuestra tradicional ceremonia de la confusión.
Nuestro Gobierno ha enviado al rey Mohamed VI una carta en la que, entre otras cosas, le dice que el plan de autonomía de Marruecos para el Sáhara presentado en 2007 es «la base más seria, realista y creíble» para la resolución de la crisis, en línea con las tesis de Rabat. Una carta que ha sido la llave de la caja de los truenos.
Y es que, leído lo leído, España se habrá ganado la amistad de Marruecos (si es que los marroquíes son capaces de guardar una amistad), pero al mismo tiempo parece que nos hemos enemistado no solo con los saharauis (que todavía se acuerdan de la emplumada que les metimos hace cincuenta años), sino también, en estos momentos de conflictos y crisis, con Argelia, amigo tradicional del pueblo saharaui y principal suministrador del gas que importa España.
Pero es que además, y por si todo esto fuera poco, tanto los partidos de la oposición como los grupos parlamentarios que tradicionalmente apoyan al Gobierno dicen no entender nada de lo que está pasando, por lo que han pedido una comparecencia del presidente, (que en esto de comparecer no le veo yo al hombre con muchas ganas que digamos) para ver si les explica este último lío en el que nos he metido entre Argelia, su gas, Marruecos y sus fronteras con Ceuta y Melilla.
Y todo por esa maldita manía de querer soplar y a la vez sorber que tiene nuestro presidente, quien al parecer el próximo miércoles va a dar suficientes razones aclaratorias del porqué de la inexplicable carta. A esperar toca y hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.
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