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Se termina esta semana de mayo que ha tenido en su centro un 15M, fecha que comienza a formar parte del territorio de la nostalgia. Así relató el periódico el comienzo de las protestas en la plaza del Mercado: «A la hora de cerrar esta ... edición medio centenar de personas aún permanecía en la plaza, de las cuales una veintena se disponía a pasar la noche. En un ambiente de calma y sin incidentes, acababan de celebrar una asamblea y se preparaban para leer poemas». En ese párrafo está concentrado todo. Ocurrió en 2011 y yo lo viví ya como periodista: andábamos todo el día llamando a los teléfonos que habíamos recopilado por la plaza del Mercado, probábamos uno u otro, conversábamos un rato y tratábamos de encontrar portavoces con los que cerrar alguna entrevista; no era tarea fácil entre tantos comités, grupos, círculos y asambleas de los cientos de indignados que había acampados allí. A principios de julio desmontaron las tiendas y recogieron las colchonetas, pero habían logrado convertir el corazón de Logroño en el altavoz riojano de un enfado que nacía de los jóvenes y cruzaba generaciones.
La decepción posterior y el circo de la nueva política que hemos presenciado en esta década larga ha tirado tierra encima de aquellas escenas. Queda la dimensión estética, porque en el fondo el balance es desolador y esta semana hemos conocido datos que certifican el fracaso del 15M: una encuesta del Banco de España constata que los jóvenes de nuestro país son cada vez más pobres.
El físico Julian Barbour sostiene que el tiempo transcurre en dos direcciones opuestas, y esta semana se ha abierto una grieta por la que el pasado mira a los ojos del presente. Mientras comprobamos cómo la modernidad ha construido castillos en el aire hechos de humo y espejos para los jóvenes españoles, hoy los chavales van instalando acampadas en los campus universitarios.
Yo siempre he contemplado estas manifestaciones con mucho cariño pero con desesperanza; aunque dan salida a un malestar son inútiles para cambiar el mundo y además perpetúan la ilusión de que sí pueden hacerlo. El 15M ocurrió, igual que estas nuevas acampadas, y hay que destacar el poder germinal que tuvo el librito '¡Indignaos!' de Stéphane Hessel. Recordaba vagamente algunas cosas del prólogo de Sampedro y la presencia de Sartre sobrevolándolo todo. Por eso, en la semana en la que los jóvenes han vuelto a protestar con sus tiendas de campaña por los campus españoles, ha sido curioso volver a leer aquello. Hessel, que era de origen judío, escribió: «Actualmente mi principal indignación concierne a Palestina, la franja de Gaza y Cisjordania». 2011 y 2024 como las dos caras en la misma cabeza del dios Jano.
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