Estados Unidos y China compiten por el dominio del mundo en el campo de batalla de la tecnología y se atacan con TikTok, ChatGPT, DeepSeek o Meta mientras Europa los mira enterrada en su montaña de normas y papeleo. Es fácil imaginar al tropel de ... funcionarios que van y vienen por los pasillos enmoquetados de Bruselas y Estrasburgo, hormigas grises que entregan gordas carpetas a los eurodiputados que se reúnen después durante horas y horas en comisiones larguísimas bajo el arrullo somnífero de la traducción simultánea. Así hemos conseguido producir lo que mejor sabe hacer Europa en estas últimas décadas: una ley, una contundente ley para regular la inteligencia artificial. La mejor explicación de lo que representa hoy en el mundo la Unión Europea se ve observando su participación en la gran revolución de nuestro tiempo, y lo hemos vuelto a comprobar esta semana. Por mucho que ahora Von Der Leyen diga que hay que trazar una estragia, estamos fuera de la carrera de la inteligencia artificial aunque nos dedicamos obsesivamente a tratar de regularla; somos el árbitro al que no hace caso nadie, el jugador que ha llegado tarde a la partida y –alejado del tablero– quiere explicar las reglas a los demás.

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No hemos aprendido nada porque lo que nos está pasando ahora con la inteligencia artificial ya nos ha ocurrido antes con la industria del automóvil, la producción agrícola o el sector de la energía: normativas, leyes, directivas, una hiperregulación de consecuencias nefastas para el progreso económico y el avance de la sociedad. La Unión Europea avanza poco a poco hacia su fracaso: cada vez más irrelevante en industria y tecnología, divida en política exterior y acosada por los populismos, todavía creemos tener una voz importante en el teatro del mundo, pero somos Norma Desmond en la escena final de 'El Crepúsculo de los Dioses' cuando baja desquiciada por la escalera pensando que todavía rodará películas.

El gigante que nació como la Comunidad Europea del Carbón y del Acero es hoy un endeble coloso de burocracia y papel. Somos un imperio sin imperio, un museo de nosotros mismos en el que se exhibe el ocaso de un tiempo que se termina. Esta semana, mientras América y China alucinaban al mundo con sus avances computacionales, las noticias que llegaban a mi e-mail desde la UE hablaban sobre bolitas de pellet y de algo denominado «resiliencia hídrica». Puede parecer una parodia, pero esto es lo que pasa: China construye ciudades en el tiempo en el que Europa discute una directiva sobre los cargadores de móvil, y Elon Musk lanza cohetes al cielo y pone sus ojos en Marte mientras en la vieja Europa a lo que miramos es a esos extraños tapones de plástico unidos a las botellas.

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