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Cuando llegó la nota de prensa creí que era alguno de esos mensajes que mandan de vez en cuando las instituciones europeas. En el encabezado del e-mail ponía: 'Día Europeo del Vecino', y lo primero que me vino a la cabeza fue la cantidad ... absurda de gente que debe de andar en despachos de Bruselas y Estrasburgo cobrando sueldos de fantasía para inventarse estos saraos. Pero España celebra muy apasionadamente todo lo que suene a fiesta y aquí hemos venido a jugar, por eso sin pensarlo un segundo puse el cursor en ABRIR y cliqué a ver cómo proseguía la aventura. Resulta que el Día Europeo del Vecino surgió de la Federación Europea de Solidaridad Local, y esa es una entidad ajena a la UE, así que descargué el documento, lo leí por encima y me olvidé de la cuestión.
El caso es que me quedé un poco decepcionado al ver que detrás de esa majadería no estaban mis impuestos. Supongo que el chasco fue fruto de la sorpresa; por malo que sea el asunto, cuando te has acostumbrado a él te inquieta descubrir el menor cambio. Me pasó con aquel vecino que tenía la costumbre de ensayar el clarinete de 6 a 8 de la tarde. Era una tortura de una tozudez inquebrantable. Cada tarde dos horas seguidas de trinos y de gorjeos, trozos de piezas, frases melódicas que subían y bajaban de escala rápidamente y me taladraban la cabeza porque resonaban por el edificio entero. Una tarde, en pleno martirio, se escuchó un sonido apresurado, luego el ruido como de una cremallera, de repente el clarinete paró en seco y ya nunca más volvió a sonar. Estuve a punto de salir al descansillo a ver qué había pasado y, aunque nunca lo hablamos ni se trató en la junta anual, sé que aquel silencio dejó a todos los vecinos con el corazón en un puño de angustia y preocupación.
Un amigo tuvo muchos años dos vecinos embarcados en una guerra que el resto de la comunidad observaba con auténtica emoción. Hubo dos momentos decisivos: cuando uno le cortó al otro las cuerdas de tender la ropa en el patio interior y cuando el otro le llenó el buzón con ceniza y colillas de cigarros. Nosotros siempre le preguntábamos por el desarrollo de las hostilidades, pero con el tiempo la situación se calmó para disgusto de todos.
Mis vecinos han sido en general gente amable y educada aunque sin demasiados excesos, que eso también es muy alarmante y a mí la cordialidad exagerada me recuerda a la de los falsos vecinos de Jim Carrey en 'El Show de Truman'. Los únicos momentos de tensión los vivo cuando toca coincidir en el ascensor, que es una de las experiencias más íntimas y embarazosas que nos ofrece hoy la vida en comunidad. Un silencio que ya ni siquiera se rompe con los acordes chiflados del maniático del clarinete.
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