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La historia de esta catástrofe va a ser también la de la vergüenza institucional. Así quedará en las crónicas de estos días de conmoción nacional: todavía había cadáveres flotando por las calles y ya estaban enzarzados unos y otros en su batalla de estiércol, un ... espectáculo ruin que habría podido parecer la habitual pantomima insoportable si no estuviera ejecutada sobre una pila de muertos. Es bueno que perdure esa imagen, que no se olvide, que se grabe en las retinas como cuando uno mira fijamente al sol y quede impresa para siempre en la memoria colectiva la clase de gobernantes que mandan hoy en España. La acusación, el reproche al oponente, la búsqueda carroñera del rédito político han vuelto a certificar la descomposición integral de un sistema que ha colocado en los grandes lugares a personajes indignos. Tienen el voto del pueblo, pero hace mucho tiempo que los ciudadanos asistimos asqueados a la desconexión de esta casta política con la realidad de España.
Esa infamia debe quedar en las crónicas igual que la de los saqueadores que han entrado como las ratas que son a desvalijar las tiendas de sus vecinos. Pero también quedará la reacción de tanta gente que, abandonada frente a la desgracia, ha mostrado la dimensión infinita de su compromiso con los demás. En Albal los vecinos salvaron la vida a un hombre al que arrastraba la corriente. Le lanzaron una cuerda y le gritaban mensajes de ánimo mientras luchaba contra el agua y los escombros. Está grabado el momento en el que consiguen subirlo por una ventana; el vídeo hace saltar las lágrimas. Pasó en Albal y en Benetússer, donde un hombre rescató a dos mujeres lanzándoles una sábana. Lo mismo ocurrió en Catarroja: agarrada a la sábana de un vecino una chica que se ahogaba pudo salir del torrente. En Paiporta un hombre rompió la puerta de un bloque de viviendas para que pudieran refugiarse dentro dos niños y una mujer que estaban a merced de la corriente, y en Sedaví las trabajadoras de la residencia de mayores salvaron a los 124 ancianos subiéndolos a pulso hasta el segundo piso.
Hoy hay humildes cocinas convertidas en comedores sociales, casas que ejercen de albergues, negocios de barrio que dan ropa y alimentos a vecinos cuyo nombre no necesitan saber mientras una ola de fraternidad inmensa surge ya por toda España. Sin focos, sin atriles ni discursos, solo con el sentimiento que escribió Kropotkin en 'El Apoyo Mutuo', porque la humanidad se ha creado sobre la conciencia «aunque sea instintiva» de la solidaridad y de la dependencia recíproca, de la conexión estrecha que la felicidad de cada individuo tiene con la felicidad de todos. Nos quieren atomizados, apáticos y polarizados, pero el pueblo no es así. A la hora de la verdad el pueblo siempre responde, y es infinitamente mejor que esta generación de gobernantes que nos toca soportar.
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