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Hemos vuelto a hablar de libros estos días como cada vez que llega el 23 de abril, que viene año tras año feliz y estruendosamente, ... pegando voces en la madrugada, golpeando las puertas de la cultura como un predicador chiflado que levanta estantes frente a las librerías, reparte 3.000 botellines de Rioja, arroja a los lectores a la calle para que reciten la lista de sus autores favoritos y nos sienta a los periodistas ante el ordenador a teclear artículos como este.
Aunque tenga algo de pose y de operación comercial, es una especie de milagro civilizado mantener la tradición del Día del Libro ahora que a cada instante el mundo se anestesia a sí mismo con memes y vídeos verticales. Es una buena noticia, es la semana soñada por Borges, que se imaginaba el paraíso como una gran biblioteca. Puestos a elegir, yo preferiría chapotear en la piscina de Francisco Umbral antes que dar una vuelta por el laberinto de libros del genio argentino, porque Umbral aseguraba que tiraba a la piscina los libros que no le gustaban. ¿Qué ejemplares habría por ahí flotando, hundiéndose lentamente? ¿De qué autores? ¿Y qué géneros? La imagen de Umbral lanzando libros al agua es magnífica, teatral, una escena caricaturesca casi de comedia de enredo que refleja el desdén que sentía el escritor por la literatura mediocre. Arrojar un libro a la piscina es la crítica definitiva, y a Umbral le gustaba contárselo a sus amigos o escribirlo en sus columnas: «Solo los tiro en invierno –matizaba con su seriedad imperturbable–, en verano la piscina la uso para bañarme y que se bañen mis amigas». Tras su muerte, María España, su viuda, explicó la realidad en una entrevista: «Tiró uno o dos en su vida, pero eran de sus enemigos y además es que no eran libros buenos». El tiempo no tiene piedad y desmantela todas las leyendas.
Este año yo tiraría a la piscina de Umbral 'Hipnocracia', el sorprendente trabajo de un filósofo de Hong Kong llamado Jianwei Xun. Se acaba de desvelar que el libro lo ha creado un italiano con inteligencia artificial, así que ya hemos cruzado otra línea: ahora no solo compramos libros que no leemos sino que hablamos de autores que no existen. Umbral los tiraba a la piscina y Vázquez Montalbán hacía que Carvalho los quemase en sus novelas. Era una broma con los lectores, una manera preciosa con la que Pepe Carvalho expresaba sus estados de ánimo a fuego lento. Si quería sacudirse el desánimo y el nihilismo quemaba 'Los Hermanos Karamazov', pero también echó al fuego 'El Quijote', 'Las memorias de Adriano', la Enciclopedia Espasa o la 'Antología poética' de Gil de Biedma: «Si usted es pirómano de libros se habrá fijado en que los libros de verso arden mejor que los de prosa. Los espacios en blanco facilitan la combustión». El último libro que quema Carvalho en su chimenea, ya en la versión de Zanón, es la Constitución de 1978.
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