La felicidad, en un giro que desafía toda lógica económica y desarrollista, ha decidido anidar en las calles de Logroño. Así son los misterios de la vida; en la capital de la comunidad autónoma con el segundo salario medio más bajo del país, en la ... tierra de las infraestructuras decrépitas que no logra captar industrias ni retener el talento, somos los más felices de España. Lo corrobora un estudio que analiza diez variables como la seguridad, la vivienda, la renta por persona, el tiempo en acudir al trabajo, la sanidad o el empleo. Wenceslao Fernández Flórez escribió que «todo hombre está propenso a creer que el sitio que él ocupa en la tierra es el más alto de la bola del mundo» y, visto el resultado del estudio (ganamos por goleada a Pamplona, Las Rozas, Vitoria, Burgos, Santiago o San Sebastián), los vecinos de Logroño vamos a creerlo de verdad.
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Yo he llegado a pensar que esto puede ser una especie de autoengaño colectivo, pero luego cuando recibes a familiares, cuando regresan los viejos amigos, cuando oyes a los turistas o hablas con los que se han mudado aquí, la idea cobra vida y echa a andar: Logroño es una ciudad feliz. Aunque no sea perfecta se vive razonablemente bien y esa realidad hoy no puede negarse. Influye mucho la escala; la capital riojana tiene un tamaño y una población equilibradas y eso hace más agradable la vida. Además yo creo que ahora estamos en la cúspide de la felicidad de España porque otras ciudades han ido cayendo y nos han entregado la cima. Es la paradoja del progreso: las que ahora son más grandes, más prósperas y más ricas se han hecho también más convulsas, más extrañas, más hostiles, y no hay que viajar muy lejos para comprobarlo.
Así que aquí está nuestro Logroño feliz, una hermosa rareza al final de una autovía a medio construir, una bofetada en la cara de los evangelistas del desarrollo económico que leen el titular, ven 'Logroño' y ponen caras rarísimas. Yo lo habría escrito así: «Logroño es la ciudad más feliz de España a pesar de todo». Porque aquí no disfrutamos del dinamismo de Madrid ni del fervor de Barcelona, no manejamos los millones del concierto de los vascos ni de la foralidad navarra, pero todos los sabios de la Historia han repetido siempre que la felicidad no reside en lo que se tiene sino en lo que se es. Se nos promete modernidad y se nos entrega inercia y, aunque vivimos en un ciclo interminable de abandono institucional, Logroño canta que no tiene tranvía, pero hay Universidad. Sabina lo escribió junto a Serrat en Buenos Aires, pero sirve para nuestra ciudad: «Es hora de celebrar / el éxtasis compartido / sin cederle un alamar / al cobrador del olvido». La vida es demasiado corta como para no ser felices aunque el Alvia de Madrid venga otra vez con retraso.
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